El cine y cierto tipo de literatura juvenil han reducido la condición de vampiro a la de un guapearas inmortal, que vive de noche y que huye del sol para mantener su delicada piel marmórea. Desde Entrevista con el vampiro no he vuelto a ver nada que se preocupe por nuestros problemas verdaderos. El enamoramiento solo nos preocupa durante los dos primeros siglos, luego comprendes que o te enamoras de otro vampiro, o éstas condenado a sufrir. Así que, en realidad, lo que ocupa la mayor parte de nuestro tiempo es la búsqueda de comida. Desafortunadamente, para nosotros no hay nada más conveniente que la sangre humana y, salvo las donaciones de siervos y amantes, el grueso del consumo debe satisfacerse a la manera tradicional. Esa es la parte que no se ve en las películas, como tampoco se ven algunos de nuestros problemas de salud. La pérdida de calidad de la sangre humana y la contaminación por metales pesados están generando una edad de vampiros enfermizos y con patologías desconocidas hasta hace cuatro siglos, como es la alergia a la sangre, identificada por primera vez a comienzos de los 90 en un vampiro del sur de Arkansas. Hoy somos miles los que la hemos desarrollado y la única cura es una dieta a base de sangre muy pura del grupo cero y suero para evitar la deshidratación.
Toda su vida había sido una espiral de sucesos que se alejaban para luego acercarse al tema central de su Universo: la Atlántida. Desde que escuchó el primer cuento sobre ella, narrado por su abuelo, supo que irremediablemente estaba atrapado por su búsqueda. Lo leyó todo, desde la descripción idealizada de Platón, hasta las versiones más disparatadas de los grupos herméticos. Había visitado todas las posibles Atlántidas de la Tierra y había coleccionado cuanto documental, libro o folleto turístico que se había cruzado en su camino. Lo sabía todo sobre esa nación, lo posible y lo imposible y, aún así, la seguía buscando porque soñaba con ella todas las noches. Contaba con sesenta años cuando, de la mano de su nieto, descubrió las posibilidades de Internet. Y, entre todos los recursos que descubrió, hubo uno que le hechizó de forma especial, el Google Earth. Desde que lo descargó a su ordenador se pasaba las horas analizando cada centímetro cuadrado del mapa virtual del mundo, intentand
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