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Un vaso de arena

El calor sofocante no era lo peor. Ni siquiera las quemaduras de andar descalzo sobre la arena ardiendo. Lo peor era la sensación de sentirse traicionado. Las horas o días que llevaba muerto para el resto del mundo le dieron para pensar en los motivos: el ser humano necesita explicaciones para entender la realidad. Pasaron por su cabeza la envidia, los celos, el dinero e, incluso, un oscuro azar. Algo tenía que explicar la imagen de Jesus apuntándole con el fusil.
Cuando los suyos se retiraron tuvo la suerte de quedar cubierto de muertos y escombros y sólo perdió las botas en la rapiña de los asaltantes. Ahora vagaba huyendo de los ruidos del frente sin conocer si estaba en territorio amigo o enemigo, herido, sediento, y unido a la vida por una esperanza: la de obligar al traidor a beber un vaso de arena justo antes de abrirle un agujero en la cabeza.

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