Acababa de romper con el mundo que había conocido. La extirpación de su micropay había sido más dolorosa a causa del enorme sentimiento de pérdida que llenó el hueco de su antebrazo; ya nunca más podría comprar una teleconexión con sus padres, ni sobrepujar en el mercado de ideas. Tampoco podría ya abrigarse con "la energía más cálida y barata: desde el centro de la tierra hasta tu cama".
Se había desconectado de Mercanet y con ello renunciaba a su propia identidad. Tendría que abandonar su casa, su trabajo, su propia ciudad y retirarse a vivir en una comunidad desconectada, de esas que llamaban museos del siglo XX, o en algún monasterio talibán de los pocos que quedaban.
Cualquier cosa sería mejor que seguir deambulando por la ciudad, caminando entre los anuncios inmersivos, sin poder comprar nada y teniendo que conformarse con lo que los demás ya no quisieran y no pudieran vender.
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