Abajo, en la rotonda, tome usted la segunda salida. No, disculpe, la tercera. Avance por esa calle, verá que hay una señal que indica el camino del cementerio. No recuerdo si es la tercera o la cuarta esquina a la derecha, pero es en la que hay un Cajero de CaixaDerribo. Ahora debe estar cerrado, claro. Doble usted por esa calle y continúe hasta el final. Verá el cementerio, pase de largo, y unos 2 o 3 kilómetros después estará usted allí. Le llaman el Paraje del Infierno, porque siempre que hay tormenta impacta algún rayo allí. De hecho, los suicidas del pueblo se pasan el día esperando la previsión metereológica. Pero supongo que todo esto ya se lo habrá dicho su GPS.
Toda su vida había sido una espiral de sucesos que se alejaban para luego acercarse al tema central de su Universo: la Atlántida. Desde que escuchó el primer cuento sobre ella, narrado por su abuelo, supo que irremediablemente estaba atrapado por su búsqueda. Lo leyó todo, desde la descripción idealizada de Platón, hasta las versiones más disparatadas de los grupos herméticos. Había visitado todas las posibles Atlántidas de la Tierra y había coleccionado cuanto documental, libro o folleto turístico que se había cruzado en su camino. Lo sabía todo sobre esa nación, lo posible y lo imposible y, aún así, la seguía buscando porque soñaba con ella todas las noches. Contaba con sesenta años cuando, de la mano de su nieto, descubrió las posibilidades de Internet. Y, entre todos los recursos que descubrió, hubo uno que le hechizó de forma especial, el Google Earth. Desde que lo descargó a su ordenador se pasaba las horas analizando cada centímetro cuadrado del mapa virtual del mundo, intentand
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