Cenó despacio, cuidando de masticar lentamente todos los alimentos. Rebañó cada rincón del plato y se volvió a demorar en el postre. Quería ganar tiempo.
Luego salió renqueante y se dejó caer pesadamente para que lo llevaran a rastras. Durante todo el camino procuraba ir enganchando pies y manos en cada marco de puerta que atravesaban.
Su intervención final fue la mas larga de la historia de Texas, pero igualmente fue inútil. Terminó atado a la silla. Cuando le taparon la cabeza pidió por última vez que miraran el correo por si llegaba el indulto. Pero la bandeja de entrada continuaba vacía.
Incluso cuando el sacerdote comenzó a orar y llegaban a su cerebro las palabras que pretendían ser de consuelo, él seguía pesando que el perdón aún era posible. Un segundo antes de que el verdugo apretara el interruptor, el alcaide revisó por última vez su correo y el teléfono móvil... Nada.
Una décima de segundo antes, su pensamiento seguía empeñado en darle esperanzas. Una décima de segundo después ya no quedaba nadie habitando aquel cuerpo.
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