Aquel enero hizo más frío en mi corazón que en la calle. Tenía 16 años, tres hermanos pequeños y una abuela que en lugar de meterse con mi nariz, alababa mi hermoso perfil romano. Ella había sido una presencia inconstante al principio, pero desde que comenzó a vivir con nosotros se convirtió en nuestra principal defensora y, por qué no decirlo, en nuestra primera financiadora. Eso sí, nunca nos daba el dinero a cambio de nada, debíamos ganárnoslo con pequeños trabajos que eran más una excusa que una verdadera labor.
Aquel enero murió. Fue por la mañana. Y yo decidí que debía portarme como un hombre.
No quisieron llevarme al velatorio, debía quedarme en casa con mis hermanos pequeños. No lloré la primera noche. En el funeral nos sentamos en la primera fila de la iglesia y todos los familiares y amigos nos ofrecían su pésame. Muchos me decían "se fuerte". Y yo quise entender que decían "no llores". Y no lo hice.
Pero cuando volví a casa, y me senté delante de la cuna de mi hermana pequeña, que a punto estaba de alcanzar su primer cumpleaños, recordé que había dicho: "no la veré cumplir un año". "Hasta en esto se ha salido con la suya", creo que pensé. Sonreí y entonces fui un verdadero hombre: lloré por los momentos que ya no viviríamos juntos, lloré por las coplillas que cantaba por la casa, lloré por las trampas que hacía jugando al parchís y porque ya nadie admiraría mi perfil romano nunca más.
Aquel enero murió. Fue por la mañana. Y yo decidí que debía portarme como un hombre.
No quisieron llevarme al velatorio, debía quedarme en casa con mis hermanos pequeños. No lloré la primera noche. En el funeral nos sentamos en la primera fila de la iglesia y todos los familiares y amigos nos ofrecían su pésame. Muchos me decían "se fuerte". Y yo quise entender que decían "no llores". Y no lo hice.
Pero cuando volví a casa, y me senté delante de la cuna de mi hermana pequeña, que a punto estaba de alcanzar su primer cumpleaños, recordé que había dicho: "no la veré cumplir un año". "Hasta en esto se ha salido con la suya", creo que pensé. Sonreí y entonces fui un verdadero hombre: lloré por los momentos que ya no viviríamos juntos, lloré por las coplillas que cantaba por la casa, lloré por las trampas que hacía jugando al parchís y porque ya nadie admiraría mi perfil romano nunca más.
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Sonia
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