Todo comenzó con unos magnéticos ojos castaños. Luego fueron un culo geocéntrico, una sonrisa dulce, un pelo de anuncio, unas rodillas adorables, una boca generosa y sensual, unos dientes marmóreos, un ombligo profundo... Cientos de partes perfectas, repartidas en mujeres distintas. Las soluciones eran dos pero, como no soy un sociópata peligroso, opté por buscar en Google: "aprender fotografía".
La excusa de las prácticas y el hacerlas sentirse modelos por un día me permitió por fin apoderarme de todas aquellas magníficos pedazos con los que ir construyendo mi mujer ideal. Pero, por mucho que yo me había esforzado, las proporciones y las luces, incluso las tonalidades de piel, daban como resultado una especie de mapa político de Europa. No me quedó más remedio que volver a pedirle asistencia a Google: "aprender Photoshop".
Esta vez sí, tras muchas horas de práctica y esfuerzo logré montar mi mujer 10. El resultado era perfecto: justo como yo lo había soñado. El único problema era que aquella imagen digital no podía ser acariciada, no podía ser amada más que con la imaginación. Así que volví a buscar en Google una vez más: "aprender taxidermia".
La excusa de las prácticas y el hacerlas sentirse modelos por un día me permitió por fin apoderarme de todas aquellas magníficos pedazos con los que ir construyendo mi mujer ideal. Pero, por mucho que yo me había esforzado, las proporciones y las luces, incluso las tonalidades de piel, daban como resultado una especie de mapa político de Europa. No me quedó más remedio que volver a pedirle asistencia a Google: "aprender Photoshop".
Esta vez sí, tras muchas horas de práctica y esfuerzo logré montar mi mujer 10. El resultado era perfecto: justo como yo lo había soñado. El único problema era que aquella imagen digital no podía ser acariciada, no podía ser amada más que con la imaginación. Así que volví a buscar en Google una vez más: "aprender taxidermia".
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