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Mostrando entradas de abril, 2013

Ya no creo en los espías

La gente sigue creyendo que la infancia se abandona definitivamente el día que dejas de creer en las hadas, o esa oscura Navidad en la que te das cuenta de que los reyes no son los reyes, o cuando descubres que el ratoncito Pérez tiene dos patas en lugar de cuatro. Sin embargo, para los niños de mi generación (no se si para las niñas) ese momento sobreviene cuando te da cuenta de que 007 es un "pringao". ¿Cómo se puede ser tan idiota de ir diciéndole a todo el mundo tu nombre verdadero? "Mi nombre es Bond, James Bond". ¡Menudo agente secreto! O ¿Cómo es posible que nadie le haya envenenado aún el martini agitado, no revuelto? Pero lo más increíble es la imposibilidad metafísica de acostarse con tanta mujer sin conocérsele preocupación alguna por las enfermedades venéreas, ¿acaso no ha oído hablar de SIDA? Así, un día, delante de la tele o en el cine, te das cuenta de pronto que la aventura continua, las mujeres que se mueren por él y la última tecnología no son

Huecos de olvido

A un historiador no debe extrañarle la levedad de la vida. Y, sin embargo, cada vez que se produce un hueco en el entorno, el alma se me queda encallada durante un tiempo en los recuerdos que tal vez compartimos el muerto de turno y yo. Por desgracia, además, los huecos se llenan mucho más despacio de lo que se vacían y apenas me quedan en pie más que una nieta que no está cerca. Todos los que vivieron a mi vera, todos los que alguna vez corrieron a mi lado por la orilla de la playa, siendo niños, han dejado ya de ser. La soledad me rodea y la única salida es el olvido...

Variaciones sobre una moneda

El céntimo huyó del bolsillo por un agujero disimulado. Desde que había muerto su madre nadie le remendaba los bolsillos y usaba un pañuelo de tela para evitar la pérdida de monedas y llaves. Pero aquel céntimo logró encontrar el camino entre el pañuelo y la tela del bolsillo hacia el agujero. Luego bajó por dentro de la pernera y, tras rebotar en la esquina de la suela, rodó desesperado hacia la alcantarilla. Julio intentó detenerlo, primero pisándolo para evitar el movimiento; y luego, con el otro pie, cortándole el paso. Pero hay céntimos con decisión que no quieren ser moneda de cambio, y ante la posibilidad de verse de nuevo preso, logró torcer su vertical lo suficiente para girar hacia la derecha y no caer sobre su cara. El céntimo logró llegar a la boca de la alcantarilla, y mientras caía tal vez pensaba en un reposo eterno, sedimentado entre capas de polvo y basura. El hombre llegó a casa decidido a coser el bolsillo por si mismo y poner fin a la sangría que amenazaba con em