La montaña se ha movido. Ha sido sólo un instante, pero toda su masa se ha desplazado unos metros hacia la derecha. O a lo mejor sólo han sido unos centímetros. Pero cosas así pasan a diario, cada vez que me asomo por esta ventana. Sí, es la misma ventana por la que vi la desaparición de Pompeya. También contemplé por ella el primer instante del Universo. Y el momento de mi muerte, dentro de unos 20 ó 25 años.
Vengo a este sillón a diario. Primero miro hacia allí, al lomo de ese gran león dormido que es el Peñón y me concentro en las nubes que ascienden desde la vertiente de Levante. Comienzo por buscar imágenes conocidas en las manchas blancas. Pero luego la ventana empieza a mostrarme todos los sueños en los que pienso despierto: un primer beso que nunca fue, una novela que tal vez algún día sea, decenas de amaneceres extraños y viajes propios de un aleph. Vengo a soñar, sí; pero hoy juraría que se movió la montaña.
Vengo a este sillón a diario. Primero miro hacia allí, al lomo de ese gran león dormido que es el Peñón y me concentro en las nubes que ascienden desde la vertiente de Levante. Comienzo por buscar imágenes conocidas en las manchas blancas. Pero luego la ventana empieza a mostrarme todos los sueños en los que pienso despierto: un primer beso que nunca fue, una novela que tal vez algún día sea, decenas de amaneceres extraños y viajes propios de un aleph. Vengo a soñar, sí; pero hoy juraría que se movió la montaña.
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