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Mostrando entradas de diciembre, 2012

El maestro de escritura

– ¿Habéis llorado alguna vez ante la belleza de un solo verso? ¿Habéis mirado al mar y habéis pensado en una isla? ¿Habéis adivinado el momento de una sonrisa o de un llanto en otras personas? Si a todas estas preguntas habéis respondido que sí, significa que ya podéis. – ¿Ya puedo qué? – Escribir vuestra primera novela... – Ya he escrito muchas. – Escribir vuestra primera novela original... – Para ser un maestro imaginario te das muchos aires... – No menos que vos, que os imaginas a Miguel de Cervantes como maestro y ponéis en duda todas sus enseñanzas. – Es que nunca lloré frente a un verso. – O no sabéis qué es la belleza o aún no la habéis encontrado y, por lo tanto, no la podréis expresar... Y aún no estáis preparado. – Seguiré leyendo. – Seguiréis aprendiendo.

Cuando se acabe el mundo

Lo imagino siempre distinto. En realidad imagino sólo un número de posibilidades limitado, pero nunca repito los detalles. En algunas ocasiones es un aumento descontrolado del nivel del agua por culpa del calentamiento global. Eso me lleva a ser uno de los supervivientes, encaramado a las alturas del Teide; o a morir ahogado en una isla que poco a poco se va tragando el mar. Una vez, incluso, me transformé en una especie de holandés errante, perdido en un océano infinito a bordo de un pequeño velero. Otra de las posibilidades que más me atraen es la destrucción acelerada del sol. Este sueño (porque mi imaginación se dispara en los sueños) comienza casi siempre con el anuncio de algún científico en un congreso, o en un artículo en Science al que nadie hace caso. Los finales hasta ahora han sido, la muerte por el exceso de calor, incluso la muerte abrasados en el estallido solar. Pero en alguna ocasión he soñado en un absurdo plan de huída interplanetaria en el que veía desde un ojo de

El beso que nunca te di

Añorado primer amor: No sé a ciencia cierta en qué momento de mi vida tu recuerdo dejó de intimidarme. Fueron muchas las noches de mi adolescencia soñando con refugiarme entre tus labios, tantas que tu sonrisa de entonces quedó grabada a fuego en mi memoria; tantas que aún en mis tiempos de universidad buscaba tus ojos castaños en otras miradas. No soy consciente del momento exacto en el que te olvidé, no los ratos que compartimos, no los besos que quise darte. Tan sólo, tu recuerdo dejó de perturbarme y pude comenzar a buscar ojos totalmente nuevos. Y hoy, al fin, viendo en la tele cómo el protagonista de una serie dejaba atrás a su gran amor, me he dado cuenta...

La isla

Acompañaba al sol por en su peregrinar horizontal. Cada mañana abría los ojos con los primeros rayos y comenzaba su deambular hacia el oeste. Como el ancho de la isla era corto, podía ir haciendo diversas paradas en el camino. Siempre encontraba algún tempo para pescar, normalmente al medio día, que es cuando calculaba que era más fácil obtener una presa. Antes, recogía cocos, remarcaba las letras de la orilla (un enorme S.O.S.) y se bañaba con detenimiento, intentando sacar de su cuerpo cualquier recuerdo de su pasado. Después de comer tocaba recoger algo de agua dulce, para lo cual debía internarse un poco en la jungla y, al caer la noche llegaba al límite occidental. Se sentaba un rato mirando como el horizonte se teñía de rojos y naranjas y, luego, en apenas un par de horas, volvía por la orilla hasta el comienzo para sincronizar su sueño con la luna y esperar sin esperanza la llegada de un nuevo día.

El bienestar humano

Nunca le había preocupado más bienestar humano que el suyo propio... Hasta que la escuchó a ella. Sus palabras le conmovieron. Entiéndaseme, no tanto lo que dijo sino el cómo lo dijo: su acento canario y dulce, sus expresiones faciales y orales, su forma de moverse por el escenario. Al día siguiente era el voluntario más activo que nunca tuvo la congregación. Acudió a África en pos de ella y allí aprendió lo que era el hambre, lo que eran la miseria y la enfermedad, y lo que era el rechazo. Y el amor se le borró de golpe. Apenas duró dos meses allí y, durante el tiempo que se demoró el regreso, no fue capaz de mirar un calendario sin ponerse a contar los días. Y cómo el único bienestar que siempre le había interesado era el suyo propio, se trajo de vuelta a España una maleta llena y una mujer de ébano a la que posiblemente no quería, pero que sabía contituiría la mejor coartada para tan pronto regreso.