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Mostrando entradas de noviembre, 2012

De pronto la realidad

De pronto la realidad se hizo ominosa. El pequeño reflejo de su rostro en Skype le sorprendió; no reconocía a aquel hombre de mediana edad. La voz que le preguntaba si estaba bien comenzó a sonar hueca y, sin poder evitarlo, vomitó sobre el portátil. Cuando cesaron las arcadas, se levantó de la silla, no quiso mirar hacia el monitor, y salió de la oficina, del edificio y de su propia vida dejando apenas un olor a neumáticos quemados. Mientras conducía intentaba encontrar una pista de si mismo mirándose los ojos en el retrovisor. Pero era imposible. En su casa nada mejoró: los que allí estaban le eran tan extraños como él mismo. Y también tuvo que huir. Sólo paró cuando el motor del vehículo dejó de rugir. Se apartó a un lado de la carretera, bajó del coche y decidió que seguiría caminando.

Se hizo del mar

El marino pensó con extrañeza en lo raro que se le hacía mantenerse en pie cuando estaba en tierra firme. Alejado del mar sus movimientos se volvían torpes y se veía aquejado por una constante sensación de mareo causado por un suelo demasiado quieto. Si se empeñaba podía recordar cuando era al contrario, cuando quien le provocaba mareos era el vaivén del barco. Y si se empeñaba mucho, hasta podía rememorar el día en que al fin se hizo del mar. Le dijeron que en aquel barco sólo se notaban las olas cuando éstas superaban los ocho metros; una fortaleza, le dijeron. Miles de contenedores se apilaban en sus bodegas y cubiertas y con precisión suiza se cargaban y descargaban cientos de ellos en cada puerto. Pero un 17 de octubre, en medio del Atlántico, las olas de 8 metros se quedaron pequeñas. El mar se movía en sierras de tres montañas. Enormes olas barrieron la cubierta y provocaron la pérdida de gran parte de la carga, entre ella un contenedor lleno de patitos de goma que tenían co