La savia de las plantas huele a bosque. A húmedos amaneceres, envueltos en la penumbra caduca de los montes. Y huele al recuerdo de una noche desvencijada en la que perdí la virginidad. Ella era la picardía de una sonrisa, la timidez de una caída de ojos y la urgencia de la juventud. Ella era una pared contra la que se estrellaban todos los aspirantes a besarla. Nunca te daba la más mínima oportunidad.
Hasta la noche de la savia. La noche en que pasó su lengua por el borde de mi navaja ensangrentada del alma de las plantas. Y me dejo besarla, y me plantó su sabor a bosque entre los labios.
Hasta la noche de la savia. La noche en que pasó su lengua por el borde de mi navaja ensangrentada del alma de las plantas. Y me dejo besarla, y me plantó su sabor a bosque entre los labios.
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