Posiblemente la idea se fue incubando poco a poco en su cabeza. El aire cada vez estaba más contaminado, más enrarecido, cada vez era menos aire y menos respirable. Seguramente por eso no le pareció mala idea embotellar aquel aire de mar, tan fresco, tan oloroso que le regalaba la tarde de abril. Desde entonces los tarritos de aire habían ido llenado cada vez más espacio en su casa y en su vida. Y como el aire de hoy no es como el de mañana, porque las corrientes lo mueven de forma caprichosa por la atmósfera, a la etiqueta con el lugar le fue añadiendo cada vez más datos: la fecha, la hora, la dirección del viento, la velocidad, la temperatura, el grado de humedad, la altitud.
Tenía aires caribeños, alpinos, magiares, esteparios, amazónicos, oceánicos, mesetarios... Una colección como ninguna. Un regalo para el futuro de la humanidad que sólo sería apreciado cuando ya no quedara un gramo de aire respirable en el mundo y los niños tuvieran que ir por la calle con escafandras. Cualquier mañana de estas.
Tenía aires caribeños, alpinos, magiares, esteparios, amazónicos, oceánicos, mesetarios... Una colección como ninguna. Un regalo para el futuro de la humanidad que sólo sería apreciado cuando ya no quedara un gramo de aire respirable en el mundo y los niños tuvieran que ir por la calle con escafandras. Cualquier mañana de estas.
Comentarios