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Mostrando entradas de septiembre, 2011

Los hoyuelos

Vigilaba sus pasos con el rabillo del ojo, atento al movimiento de los hoyuelos. Mientras, el masajista seguia amasando sus músculos con la determinación de un cruzado medieval. Los recios brazos sacudían sus piernas, condoliendo cada una de las fibras flexibles de sus gemelos y haciendo que un hilo de estremecimiento recorriera su espalda buscando un indeterminado lugar cerca de la sien. Los hoyuelos, simétricos y preciosos, se habían parado cerca del suelo. Unos centímetros por encima del bikini, adornados por restos de arena en sus alrededores: hasta el color de la prenda aportaba belleza al conjunto. Boca abajo, con las piernas doloridas y la espalda comenzando a ser masajeada, las miradas ya sólo podían ser a intervalos, aprovechando los momentos en los que la maza de dedos se alejaba del cuello. La dueña de los hoyuelos se movía imperceptiblemente. Cada vez que podía fijarse en ellos, estos habían modificado ligeramente su ángulo de inclinación. Puede que estuviera leyendo s

Hablando de correr

Murakami escribe sobre aquello de lo que habla cuando habla de correr. Yo no podría. No podría porque la mayor parte de las veces no pienso en nada más que en mantener el ritmo del movimiento de mis piernas. Pero es que el resto del tiempo pienso en estupideces del tipo ¿seré capaz de pasar a la del culo estupendo antes de que pasen 40 segundos? O simplemente me concentro en que mi juego de brazos no me haga parecer un payaso. Supongo que la razón de estos pensamientos tan poco profundos es que no soy Murakami. Aunque también es posible que, en realidad, no seamos tan distintos y que simplemente él mienta cuando habla de correr.

La mejor novela de la historia

Yo he imaginado la mejor novela de la historia y, luego, la he olvidado. Cada noche, antes de que el sueño me alcance, vienen a mi mente historias de todo tipo: desgarradas tragedias amorosas, hilarantes comedias o terroríficos relatos psicológicos. Todas ellas las percibo como una película en alta definición con signos de puntuación. Desgraciadamente, el sueño provoca un efecto similar al de una explosión nuclear. Alrededor del punto de impacto no queda nada vivo, salvo el recuerdo adormecido de una buena historia, desaparecida entre las brumas que la noche teje en torno a mi memoria.

El puzzle

Foto: foropuzzles.com No tenía nada de especial. A nadie le llamaba la atención su rara belleza, ni su voz neutra, ni sus ojos que ella creía soñadores. Apenas tenía amigos fuera de los seguidores de Internet, desconocidos a los que ofrecía pequeños retazos de su anatomía cada domingo por la tarde. El aburrimiento, o tal vez la desesperación que conlleva la soledad, la llevaron a aquella web de videos. Comenzó a crear los suyos por curiosidad, con más vergüenza que morbo. La inocencia de aquellas imágenes que pretendían ser provocadoras inicialmente pasaron desapercibidas. Pero, como suele ocurrir en la red, lo que no tiene ninguna gracia puede llegar a convertirse en un fenómeno viral. Poco a poco los usuarios de la página que la seguían iban creciendo en número, sobre todo hombres, pero también algunas mujeres. Durante un tiempo tuvo también imitadoras y en lugares como Youtube se filtraron algunos de ellos. De pronto, era famosa. Aunque, en realidad, lo único famoso eran los pe

El niño sonámbulo

Puede que fueran las dos de la madrugada. No estoy seguro porque tenía mucho sueño. La luz de su habitación estaba encendida y se oían sus pasos ir y venir por el pasillo. Puede que el aumento repentino de luz me despertara. No estoy seguro. Le vi atravesar la puerta y perderse en la oscuridad del salón. Puede que llegara hasta el despacho. No estoy seguro porque aún no había reunido las fuerzas para levantarme. Cuando lo hice, lo encontré intentando arrastrar una silla enquistada en el borde de la alfombra. Puede que llevara los ojos abiertos, pero estaba dormido. Lo cogí en brazos y lo llevé hasta su cama. Cuando terminé de taparlo caí en la cuenta de que faltaba la almohada. Busqué en el pasillo, en el salón, en el despacho y hasta en la cocina. No apareció. Volví a buscar, incluso en la bañera, pero como él parecía no echarla de menos volví a la cama. A la mañana siguiente Carlos dormía abrazado a la almohada. Como siempre. Puede que el sonámbulo fuera yo. No estoy seguro.

El libro muerto

Lo vi de casualidad, entre montones de hojas prematuramente secas y los restos de basura de un solar que soñaba con ser rascacielos. Apenas quedaba color en sus pastas y el lomo había desaparecido hacía tiempo. Estaba abierto por la página 120. "El olvido es la facultad humana que nos permite abrir los ojos cada mañana y enfrentarnos al futuro sin miedos." Era la primera frase, una idea sencilla, directa, propia de un libro de autoayuda. Y falsa, como casi todas las de esa rama de la literatura fantástica, ya que el olvido es, en realidad, la facultad humana que nos permite cometer los mismos errores una y otra vez. Fruto seguramente de una mudanza descuidada, o de alguna separación airada, aquel libro ya no volvería a ser leído. Sus letras desvaídas apenas podrían aguantar un aguacero más y sus páginas terminarían formando parte de los vendavales otoñales. Cerré sus ojos, lo acomodé entre las hojas secas y seguí mi camino seguro de que mañana, cuando abriera los ojos, lo h

Un rosal en la solapa

Exagerado en sus ademanes, en su plúmbea prosa y en su expresión oral. Siempre vestido para la ocasión, plagado de complementos y suplementos tan elegantes como innecesarios. Siempre recargado. Por eso a nadie le extrañaron sus primeros desvaríos, como incluir palabras del castellano antiguo en su redicho hablar, o comenzar a portar bastones cada vez más grandes. Luego vinieron los pañuelos estrambóticos, las colonias inolvidables o los gemelos caseros. Sólo cuando entró a la misa de 12 con un pequeño rosal prendido de la solapa, el cura, y el resto del pueblo, tuvo plena conciencia de su enfermedad.

Mi jefe mueve la ceja

Una de las pocas ventajas que te proporciona la edad es precisamente la acumulación de experiencia. Tener más de 50 no me permite hablar de la Guerra, ni siquiera de a postguerra. Bastante de la Transición, el mayor logro de mi generación. Como decía, el tiempo vivido es sinónimo de acumulación de vivencias, que debidamente procesadas por el cerebro se convierten en experiencias de referencia. A lo largo de mis años de profesión, que han sido muchos, he tenido jefes de todos los colores: los ha habido cobardes, que se sentían atemorizados ante un joven universitario y me mortificaban con trabajos absurdos; los ha habido dictatoriales, que no se atenían a ninguna razón que no fuera la suya; los ha habido colaboradores y dialogantes, los menos. Jamás antes había tenido un jefe de porcelana. Hierático y silencioso hasta el ridículo, pero también colérico en la orden; sordo a la explicación y falso en la transmisión de la realidad. A este jefe que apenas mueve los labios cuando habla hay

@Orsai

La primera vez que oyó hablar de ella, pensó que estaría bien publicar en esa revista. Cuando leyó los primeros números, el pensamiento se transformó en deseo. Y, con el paso de las horas, el deseo terminó mutando a obsesión. Primero escribió decenas de mails a un tal Casciari, el editor. Luego comenzó a autocitarse en los comentarios de los artículos más leídos. Y, en un arrebato de desesperación, llegó a inventar una enfermedad terminal para dar lástima y que alguno de sus relatos llegara por fin a adornarse con la mención en aquellas páginas sagradas. Pero nada funcionó. Tras meses de infructuosa dedicación tuvo una idea, la idea. Escribió un cuento, uno de esos que no tenían más de 15 líneas, lo tituló @Orsai y esperó.