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Mostrando entradas de junio, 2011

Ciñendo la realidad

Cazó las escotas de mayor y génova, ciñó el rumbo del barco al viento y esperó la segura escora. En esos instantes previos a la maniobra siempre podía sentir cómo la adrenalina le inundaba la sangre. Los latidos del corazón se aceleraban y, durante unos instantes, el miedo acudía a su mente. Afortunadamente, nunca se quedaba el tiempo suficiente como para inmovilizarle, y rápidamente sus músculos respondían ante los cambios en la inclinación del velero. Como siempre que el viento pasaba de los 8 nudos, la respuesta era ágil y rápida: a medida que la proa se acercaba al viento, el barco aumentaba su escora y su velocidad. Y eso le proporcionaba un indudable placer. Luego, la adrenalina se diluía, pero la sensación de libertad absoluta, de equilibrio inestable y peligro indefinido perduraban. Y como yonki que era de las emociones, no podía dejar de embarcarse en aquellos viajes de un par de horas en los que el mundo dejaba de ser importante. Trás la estela quedaban las apreturas de la

El marqués de Vacaverde

De su padre había heredado la incapacidad más absoluta para los negocios y una tendencia natural a la indolencia. Afortunadamente, de su madre recibió una suculenta herencia, un marquesado de nombre ridículo y una asistenta que, aunque sólo era un par de años mayor que él, llevaba toda su vida en la familia. Como cada noche, Vacaverde sintonizó su televisor en uno de los canales que menos se parecía a los demás y esperó la llegada de ella. Como cada noche, ella se arrodilló ante el marqués, le abrió la cremallera y comenzó a succionarle el pene. Durante años había vivido con la ilusión de que tarde o temprano se casaría con ella, primero creyó que la causa era su madre, pero cuando la matriarca por fín dejó en paz a los vivos, se dió cuenta de que el nuevo marqués nunca había tenido la menor intención de mezclar su noble estirpe con la de una simple criada. Al principio él también buscaba complacerla, sus encuentros furtivos estaban llenos de caricias, besos y hasta promesas, pero po

Nunca miento

No rechaces la opción que te ofrezco. Los desiertos estarán de nuevo en el fondo del mar cuando sea olvidado tu nombre. Hazme caso. Si dices que sí, los hombres y mujeres te venerarán por siglos, morirán y matarán por ti. A cambio, sólo tienes que decir que eres su hijo y que te manda a la Tierra para sembrar el amor y el perdón. Sólo tienes que decir que sí, Jesús, y tus sueños de inmortalidad se cumplirán. Satanás nunca miente...

Forrestman

Jorge Forestman siembre llevó con paciencia su apellido. Ser hijo de un americano en la España de los 70 era una extrañeza en sí misma; pero tener ese apellido en un mundo incapaz de pronunciar bien su propio idioma, añadía varios puntos a la intensidad de su exotismo. En el colegio pasó por varias fases, la inicial que llegó hasta el final, en la que nadie lograba vocalizar con la corrección aprendida de su padre el apellido maldito. Una segunda, en la que los compañeros lo asimilaban a los superhéroes que llegaban del cine: Supermán, Spidermán, Forresmán. Finalmente, una tercera, derivada del comienzo de la asignatura de inglés y de la traducción literal del apellido, en la que las burlas eran ya claramente el único objetivo de sus condiscípulos. Puede que de aquella época proviniera su obsesión, o de la herencia psicótica de su tío materno Enrique. La cuestión es que durante años intentó conciliar su vida con tal apellido. Primero, estudiando jardinería y luego, convirtiendo su c

Particular

El reino de las partículas es el de la incertidumbre. Pueden estar en más de un lugar a la vez, siempre que no las mires. O pueden enlazarse más allá del espacio como hermanas gemelas que sienten al unísono. Es en ese mundo improbable en el que se mueven también mis sentimientos. Puedo querer a dos mujeres a la vez y también puedo sentir un orgasmo al mismo que una tercera que viva en Nueva Zelanda. Sí, en el fondo soy un tanto particular.

Buscándose la vida

Una miríada de electrones debieron recorrer su cuerpo cuando rozó el extremo pelado del cable. Lo que vendría después ya lo conocía: el brazo adormecido, y un cosquilleo que poco a poco iría apagándose. Quiso concentrarse en aquel preciso instante, ser capaz de diseccionar luego aquellos segundos en momentos y lograr discernir si a lo largo de ellos, su vida llegaba a pasar delante de sus ojos. Pero, como siempre, lo único que sus ojos percibieron fue el rápido fundido a blanco previo a la pérdida del sentido.

La estatua, la abuela

El niño está escalando con dificultad la gruesa escultura. Una señora rotunda, de las de antes. De aquellas que por embravecerse se levantaban la pechera. Tal vez también para parecer más altas. Una Carmen como las de antaño: generosa de carnes y genio. Al niño le da igual, porque no entiende que una mujer así no le dejaría nunca encaramase de esa forma. Ella lo prendería en brazos y lo estrecharía hasta el extremo de la asfixia. O lo despotricaría, mandándolo a dar por saco a su madre. Seguramente, el escultor pasó algunos de los peores momentos de su vida con ella, pidiéndole que no se moviera, rogándole que frenara sus ímpetus de hacer algo, cualquier cosa que no fuera posar y estarse quieta. Y seguramente, también, luego añoró tenerla delante, con toda su contundencia y humanidad, recordándole como eran las Cármenes de otro tiempo, esas a las que tanto se pareció su abuela.

Desespejado

Me levanto con el regusto de una noche alcohólica aún en la cabeza. La sábana enrollada en la cintura me retiene unos segundos en la cama, tiempo suficiente como para que me plantee seguir unos minutos más en decúbito supino. Finalmente venzo a la sábana y a la pereza y encamino los pasos hacia el baño. Allí se me viene a la cabeza uno de los pasajes de Amor en los tiempos del cólera al escuchar el inconstante chorro caer en la taza. Para cuando me pongo delante del lavabo, el golpe de agua en la cara casi no es necesario, pero la costumbre obliga y le pago mi tributo mañanero. Ya mis ojos son mis ojos y, sin embargo, el reflejo que me devuelve la pulida superficie del espejo no es mía. Es alguien venido de más allá del tiempo y del espacio, alguien que dejó de ser yo hace demasiado tiempo. Y entonces se me ocurre un buen twett: "hoy estoy desespejado".