Cuánto detesto esa pequeña necesidad que tenemos los humanos. Perdemos la razón con tal de sentirnos amados. Si no la tuviéramos seríamos más libres. Cuentan que hubo un tiempo en el que los sentimientos estaban proscritos por la religión. El único amor posible era el que se debía profesar por los dioses y sus representantes en la tierra. En ese mundo habría estado prohibido enamorarse de ti, y seguramente el miedo al castigo hubiera obligado a mis ojos a no mirarte. Pero, por desgracia, no es así. Y no soy libre, ni me obligan mis dioses, pero resulta que te has convertido en mi pequeña necesidad.