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Mostrando entradas de octubre, 2011

La pequeña necesidad

Cuánto detesto esa pequeña necesidad que tenemos los humanos. Perdemos la razón con tal de sentirnos amados. Si no la tuviéramos seríamos más libres. Cuentan que hubo un tiempo en el que los sentimientos estaban proscritos por la religión. El único amor posible era el que se debía profesar por los dioses y sus representantes en la tierra. En ese mundo habría estado prohibido enamorarse de ti, y seguramente el miedo al castigo hubiera obligado a mis ojos a no mirarte. Pero, por desgracia, no es así. Y no soy libre, ni me obligan mis dioses, pero resulta que te has convertido en mi pequeña necesidad.

Una vida de cine

Se lo oyó a un viejo profesor hacía muchos años: "la mejor versión de la vida está siempre en el cine". Él se lo creyó, y centró su propia vida en las imágenes proyectadas. La mayor parte de sus vivencias eran tomadas prestadas del cine. Incluso, las fiestas familiares sólo se fijaban en su memoria cuando las revivía a través de los vídeos caseros. Por eso, cuando escuchó de un oscuro personaje cinematográfico que "el cine siempre copia a la vida" pensó que todo su Universo era una burda copia de otra realidad.

El álbum de fotos fantasmas

En una décima de segundo todo cambia, y las esperanzas vuelan, se escapan de unos labios que ya no saben rezar. El diagnóstico es el mismo. Mi padre, mi hermano, y ahora yo. Todos marcados por el estigma del cáncer. Todos condenados a una muerte temprana y dolorosa. No me asusta la certidumbre, casi me alivia. Pero las lágrimas de mi madre son insoportables. Ella quiso seguir creyendo más allá de toda lógica, y se refugió entre las tres primeras filas de la iglesia. Al menos le quedará el consuelo de los rezos y las charlas con el cura. Y quitar de los álbumes todas las fotos en las que yo salga, como hizo con las de mi padre y mi hermano: un álbum lleno de fantasmas de fotos que, aún sin estar, provocan el dolor del recuerdo.

El fetichista cúbico

Pasear es un entretenimiento muy aburrido, a no ser que se haga por un objetivo más elevado, como renovar el vestuario, despellejar a media escalera o poner coto al colesterol. Y, a veces, ni aún así. Mi caso, como el de muchos, tenía que ver con los malditos triglicéridos, que aún no sé que son, pero sé que no son buenos. Comencé a dar largos paseos por la ciudad, con una querencia casi natural hacia la orilla del mar. Al principio me entretenían los paisajes pausados de la propia urbe, tan extraños para un animal sedentario como era mi anterior yo. Pero pronto los árboles mecidos por el viento y las nubes de formas caprichosas me comenzaron a hartar. Afortunadamente, una moda nueva vino en mi ayuda. Por aquel entonces, con la excusa de las transparencias, las mujeres comenzaron a llevar tanga y me sorprendí a mi mismo intentando averiguar si las paseantes con las que me cruzaba lo portaban o no. Mis ojos se especializaron en dicha materia y expertos escudriñaban en la parte alta de