Nadie más parecía darse cuenta de ello, pero allí estaba. A la izquierda del Sol y un poco por encima de la línea quebrada por la sierra que formaba el horizonte, un pequeño objeto brillante le hacía compañía durante las últimas dos horas. Sentado en lo alto de un columpio infantil, bañado por la cegadora luz del medio día, y por su propio sudor fruto del calor, Alberto miraba a través de una botella de cerveza Alhambra 1925 el sorprendente fenómeno.
Al principio pensó que podría tratarse de un reflejo producto de un trozo demasiado grande de la llamada basura espacial, o un satélite o de la reentrada en la Atmósfera de alguna nave espacial americana, o china, porque los chinos estaban sumándose a cuanta carrera tecnológica hubiera. Sin embargo, sus conocimientos no alcanzaban más lejos y su natural pesimista señalaba en otra dirección. Tal vez se tratara de un meteorito en trayectoria de colisión; tal vez todos los gobiernos del mundo estaban ahora reunidos intentando evaluar las consecuencias, o tal vez ya lo habían hecho y ahora estaban todos en sus búnkeres esperando sobrevivir al impacto, mientras el resto de ciudadanos seguían con sus ignorantes vidas. O puede que sólo fuera un simple efecto óptico, una caprichosa deformación en el vidrio de la botella que provocara el reflejo.
Apartó la botella de sus ojos y con ellos apretados miró hacia el lugar donde había estado mirando. Allí, un poco por encima del horizonte y a la izquierda del Sol una nueva luz más pequeña y más brillante rivalizaba, desde hacía dos horas, con el astro rey.
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