Yo no sé ustedes, pero a mí cada vez me pasan cosas más extrañas. Tantas que, a fuerza de sucederme, ya he comenzado a dejar de extrañarme. Hace un par de noches, sin ir más lejos, noté que mis sombras ya no parecían mis sombras. Según caminaba en paralelo a la fila de farolas que iluminan mi calle, me di cuenta de que, a medida que mis sombras pasaban de largo ante mis ojos, parecían desvaídas. No sólo me parecieron menos intensas que de costumbre, sino que las noté algo más delgadas que yo mismo.
En realidad, antes de llegar a casa ya había imaginado una explicación lógica: seguramente lo que sucedía es que yo mismo había adelgazado y no era demasiado consciente de ello. Posiblemente, si no me hubiera mirado en el espejo del ascensor, tampoco me habría pesado nada más entrar en el piso. ¡Tenía 2 kilos más que la última vez!
Preocupado, hice lo único que se puede hacer en estos casos de desconocimiento absoluto: abrí el navegador y tecleé en Google: "adelgazamiento de sombra". Y allí, en torno a la página 11 encontré una posible explicación, junto a un conjuro para eliminar el mal aliento: "Si una sombra adelgaza suele ser porque el alma de su dueño tiene hambre. Para solucionarlo hay que darle de comer, lo cual se puede hacer en un rito vudú de origen africano..." Y seguía explicando el rito, que precisaba el sacrificio de un pollo, la elaboración de una sopa de extraños y repulsivos ingredientes, una virgen y una luna llena.
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