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La posibilidad de una caja

Siempre he odiado las mudanzas. Como hijo de emigrantes y habiendo vivido parte de mi vida en casas de alquiler, cada cambio era una guerra en la que desaparecían muchos recuerdos y quedaban atrás paisajes y personas que hubieran podido ser mías.
Esta mañana la oficina era una calle de Mostar y las mesas eran empalizadas improvisadas con cajas. En medio del desorden nos afanábamos por encontrar los restos de nuestros naufragios, repartidos con metódico descuido por todas partes. Entonces tuve la idea. Amontoné las cajas alrededor de mi puesto, construyendo con ellas un improvisado refugio de recias y efímeras paredes. Y, luego, debajo de la mesa, vacié dos cajas más con las que me hice un pequeño féretro en el que acurrucarme tranquilo hasta el final de la batalla.

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