Ella sonreía a todos. Desde su posición al otro lado de la barra, de cara a la puerta del local, aquella pequeña camarera controlaba a todo el mundo. Al mismo tiempo que servía las copas al grupo del extremo, conversaba con las chicas del centro y le indicaba al compañero que el trago al señor mayor con bigote debía ser largo, porque éste los agradecía repitiendo la suerte un par de veces.
La chica no era guapa, aunque contaba con el indudable atractivo de los que se saben ganadores. Ella hoy podía ser el objeto de deseo de los borrachos más noctámbulos, pero su destino de princesa tarde o temprano le saldría al paso, bien en forma de príncipe azul, bien en la forma de un trabajo como actriz. Y mientras yo dudaba entre un brugal cola o un gin tonic con alguna ginebra de moda, ella me sonreía con paciencia, seguramente por costumbre, pero y también porque nunca se sabe detrás de qué curva se esconde tu destino.
La chica no era guapa, aunque contaba con el indudable atractivo de los que se saben ganadores. Ella hoy podía ser el objeto de deseo de los borrachos más noctámbulos, pero su destino de princesa tarde o temprano le saldría al paso, bien en forma de príncipe azul, bien en la forma de un trabajo como actriz. Y mientras yo dudaba entre un brugal cola o un gin tonic con alguna ginebra de moda, ella me sonreía con paciencia, seguramente por costumbre, pero y también porque nunca se sabe detrás de qué curva se esconde tu destino.
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