Ir al contenido principal

El cordón umbilical

En la oficina las noticias y las personas corren casi a la par. En un día normal es difícil ver a las secretarias atarear sus tacones por los pasillos; pero en los finales de mes, con el cierre de procesos y los contables apretando a todos los departamentos, el nerviosismo y las prisas se dan la mano para hacer de nosotros una caricatura del hundimiento del tercer Reich.
Hoy es 30 de mayo. No digo más. Los incentivos están a la vuelta de la esquina y a las carreras habituales se le suman las risas más tontas que de costumbre y un mayor servilismo por parte de todos. Siempre he pensado que, en esta empresa, el 30 de mayo debería considerarse el día de los reptiles.
Pero a media mañana ha pasado algo inaudito: en mitad del vórtice de actividad que es el final del mes de los incentivos, nuestros equipos eléctricos han sucumbido y se han interrumpido las comunicaciones. Adiós a Internet, adiós los servidores de trabajo, al correo, al teléfono, al fax; a todo. En un primer momento ha reinado el pánico. Convertidos en agentes del caos, administrativos, comerciales, becarios, secretarios, jefes de departamento y directores generales nos hemos cruzado miradas de desesperación y nos hemos infundido aún más pánico.
Al rato se ha corrido la voz de que no habrá solución hasta mañana y el pánico ha dejado lugar a la resignación. Sin nuestro cordón umbilical no somos nada. Unos se han aparcado en la máquina del café, otros han ordenado su escritorio compulsivamente, alguno se ha quedado con la mano apretando el ratón mirando a la pantalla inútil del ordenador y la directora general se ha ido de compras. Sólo yo seguí pulsando el teclado, con la tenue esperanza de que la conexión reapareciera milagrosamente y que todo ese esfuerzo no terminara siendo estéril.

Comentarios

Entradas populares de este blog

Soñar con la Atlantida

Toda su vida había sido una espiral de sucesos que se alejaban para luego acercarse al tema central de su Universo: la Atlántida. Desde que escuchó el primer cuento sobre ella, narrado por su abuelo, supo que irremediablemente estaba atrapado por su búsqueda. Lo leyó todo, desde la descripción idealizada de Platón, hasta las versiones más disparatadas de los grupos herméticos. Había visitado todas las posibles Atlántidas de la Tierra y había coleccionado cuanto documental, libro o folleto turístico que se había cruzado en su camino. Lo sabía todo sobre esa nación, lo posible y lo imposible y, aún así, la seguía buscando porque soñaba con ella todas las noches. Contaba con sesenta años cuando, de la mano de su nieto, descubrió las posibilidades de Internet. Y, entre todos los recursos que descubrió, hubo uno que le hechizó de forma especial, el Google Earth. Desde que lo descargó a su ordenador se pasaba las horas analizando cada centímetro cuadrado del mapa virtual del mundo, intentand

El premio

Las rutinas son el calmante que usamos en nuestra vida diaria para ocultar el aburrimiento, para obviar que la mayor parte de nuestras vidas es perfectamente insulsa. Ana María mantiene infinidad de rutinas; de hecho, la mayor parte de su día está dictado por ellas. Siete de la mañana, despertador; siete y cinco, comienza a sonar la radio; a las y cuarto ya está saliendo de la ducha; desayuno rápido con café y pieza de fruta; 20 minutos andando al trabajo escuchando el podcast diario de la BBC para que el inglés no se oxide; saludar al agente de seguridad de la puerta, entrar en la oficina, encender el aire acondicionado, arrancar el PC que cada día va más lento, comenzar a procesar documentos: pedidos, facturas, transferencias. Desayuno con tostada y segundo café a eso de las diez, en Casa Amalia, casi nunca acompañada, mirando el ABC en el móvil, máximo 20 minutos. De vuelta a la oficina y a los documentos hasta las tres.  Imagen generada con DALL•E Comprar de camino a casa la comida

Ya no hay margen

Los correos electrónicos sin responder se acumulan en la bandeja de entrada. Los minutos transcurren impasibles y él lo ve agotarse sin ser capaz de mover el ratón por la pantalla. Lee los asuntos y los remitentes y sabe que muchos de ellos necesitan una respuesta urgente. Nada distinto del resto de sus días, salvo porque hoy una angustia terrible le mantiene inmovilizado. Solo es capaz de mirar la pantalla mientras los correos siguen entrando. Y solo desea huir. Su mente escapa a un lugar de su adolescencia en el que fue plenamente feliz. Una tarde de verano en una playa de Cádiz, navegando en un velerito ligero con Inma. Entonces ella era su máxima preocupación y todo era infinitamente más sencillo. Jugar con el viento y las olas y mirar con disimulo y deseo a la muchacha. Aquella tarde se besaron por primera y última vez.  imagen generada con stable diffusion El teléfono suena y le saca bruscamente del ensueño. Es su jefa. Y vuelve a querer escapar. Pero ya no hay margen. Debe respo