No puedo encontrar el nombre entre las notas que se alinean en mi agenda. Tampoco la memoria me ayuda a aliviar la sensación de desasosiego. A veces, un rostro te para por la calle, te sonríe, te saluda, y te pregunta por la familia. La costumbre de fingir y la curiosidad te hacen parar y responder con simpatía. Incluso, le tocas el hombro para que se sienta cercano y le preguntas cómo le va. En realidad no te interesa saberlo, sólo estás ganando tiempo para que tal vez su voz, tal vez sus palabras terminen por darte la pista de su identidad. Suele ser suficiente, pero hoy no lo ha sido.
Se ha despedido con un "a ver si me llamas por fin algún día". Lo he visto alejarse, igual de sonriente que cuando nos encontramos, y unos metros más abajo se ha parado con otro transeúnte. He pensado que, de la misma forma que yo tengo costumbre de fingir que recuerdo a la gente que me conoce, él puede hacer lo mismo. Igual que yo saludo a los que me mantienen la mirada al menos dos segundos, él podría hacer lo mismo. Y que, a lo mejor, él en su casa está ahora buscando en su agenda un nombre que poder asignar a mi cara.
Se ha despedido con un "a ver si me llamas por fin algún día". Lo he visto alejarse, igual de sonriente que cuando nos encontramos, y unos metros más abajo se ha parado con otro transeúnte. He pensado que, de la misma forma que yo tengo costumbre de fingir que recuerdo a la gente que me conoce, él puede hacer lo mismo. Igual que yo saludo a los que me mantienen la mirada al menos dos segundos, él podría hacer lo mismo. Y que, a lo mejor, él en su casa está ahora buscando en su agenda un nombre que poder asignar a mi cara.
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