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Imperio

- ¡Alea iacta est!
Aquellas palabras recién pronunciadas volvieron a sonar en su memoria. Estaba entrando en la historia de Roma posiblemente para siempre, pero no deseaba este desenlace. Incluso ahora, con sus partidarios humillados, con sus legiones al otro lado del Rubicón, creía que el asunto se arreglaría sin que se llegaran a cruzar las armas. Su última propuesta no podía ser más ecuánime: Pompeyo y él fuera de juego a la vez. Seguramente, el viejo Cicerón no podría volver a acusarlo de querer controlar Roma a cualquier precio.
No obstante, había meditado mucho este paso y estaba dispuesto a llegar hasta el final que no era otro que conquistar todo un imperio, casi a la manera de Alejandro.
Miró a su alrededor y fijó su atención en los ojos de un legionario cuyo cuerpo surcado de cicatrices dejaba constancia de sus largos años de milicia. Allí fue dónde César vió que ningún Pompeyo o Cicerón podría torcer su voluntad y se supo, por primera vez en esa campaña, vencedor.

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