Siempre es como un juego. Tus dedos acarician el tejido, lo manosean por todas partes hasta que finalmente encuentran el punto débil en la delicada urdimbre de los hilos. Entonces paran de buscar. Ya no hay necesidad de seguir haciéndolo.
El roce digital se concentra en el eslabón débil, en unos pocos milímetros cuadrados que terminan cediendo por esfuerzo. Y aparece el roto. Es posible que inicialmente sólo quepa el extremo de una uña, puede que la del meñique, pero el juego debe continuar, exige continuar, para que el dedo penetre la tela. Ahí es cuando te das cuenta de que has ido demasiado lejos.
Y el juego comienza en otra prenda.
El roce digital se concentra en el eslabón débil, en unos pocos milímetros cuadrados que terminan cediendo por esfuerzo. Y aparece el roto. Es posible que inicialmente sólo quepa el extremo de una uña, puede que la del meñique, pero el juego debe continuar, exige continuar, para que el dedo penetre la tela. Ahí es cuando te das cuenta de que has ido demasiado lejos.
Y el juego comienza en otra prenda.
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