No miró más allá de las montañas, como le explicó su padre. Tampoco quiso que sus pasos cruzaran el río, como le pidió su madre. Prefirió quedarse en aquella oquedad oscura y húmeda que el miedo había convertido en refugio. Prefirió postergar la huída o la venganza por sollozar su desgracia a cubierto. Pensaba que así su destino sería menos pesado, que su pesar trascendería a dolor físico y que con algo de sueño éste desaparecería. Pero no fue así. La tarde le sorprendió aún doblado sobre sí mismo, rumiando un plan que le permitiera cruzar el río limpio de deudas con su pasado.
Pero antes de eso, antes de expiar con sangre sus culpas, debería esperar a la noche en la que las venganzas cobran sentido y los pecados se ocultan con mayor facilidad. Acarició el acero del cuchillo y sintió cómo su poder le llenaba las manos. Deseó que para la noche, ese mismo poder le hubiera inundado el corazón.
Pero antes de eso, antes de expiar con sangre sus culpas, debería esperar a la noche en la que las venganzas cobran sentido y los pecados se ocultan con mayor facilidad. Acarició el acero del cuchillo y sintió cómo su poder le llenaba las manos. Deseó que para la noche, ese mismo poder le hubiera inundado el corazón.
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