Me pudro. Soy la atracción del Hospital. Los médicos, enfermeros, anestesistas, bedeles, técnicos de mantenimiento y pacientes oncológicos pasan por la puerta de mi habitación de forma incesante. Asoman sus cabezas curiosas y me miran. En sus ojos hay miedo y curiosidad, tal vez curiosidad miedosa, o tal vez miedo curioso. Atisban fugazmente como es esa que se está pudriendo en vida.
La mayor parte del tiempo estoy sola. Apenas si entran un par de personas, sólo para controlar los sistemas a los que estoy conectada y para comprobar el avance del problema. Sé que sigo viva porque siguen viniendo. Apenas tengo sensaciones de mi propio cuerpo, imagino que mis piernas ya no existen, posiblemente tampoco mis manos. Un cosquilleo sordo es cuanto percibo y, de noche, cuando el hospital se ahoga en el silencio, me parece oír el bullir de las bacterias que se están comiendo mi carne.
Me pudro, antes de estar muerta. Sabiendo que estoy muerta.
La mayor parte del tiempo estoy sola. Apenas si entran un par de personas, sólo para controlar los sistemas a los que estoy conectada y para comprobar el avance del problema. Sé que sigo viva porque siguen viniendo. Apenas tengo sensaciones de mi propio cuerpo, imagino que mis piernas ya no existen, posiblemente tampoco mis manos. Un cosquilleo sordo es cuanto percibo y, de noche, cuando el hospital se ahoga en el silencio, me parece oír el bullir de las bacterias que se están comiendo mi carne.
Me pudro, antes de estar muerta. Sabiendo que estoy muerta.
Comentarios