Lola sufría unas jaquecas demoledoras. El dolor era tan agudo que la dejaba prácticamente inerme. En esas ocasiones cerraba las persianas de su habitación y se refugiaba en la profundidad silenciosa de sus sábanas. Dejaba de ser persona; enrollados los brazos alrededor de las rodillas, en posición fetal, rogaba a su improbable Dios para que el sueño ahogara las punzadas de dolor.
Los médicos no eran capaces de sanarla. La mayor parte de los que consultó concluyeron que debía acostumbrarse a vivir con él para el resto de su vida. La otra Lola, la abuela a la que honraba con su nombre, una viuda joven de la postguerra, fue la que le ofreció el diagnóstico más certero: "niña, lo que a ti te pasa es que lo barres todo padentro".
Los médicos no eran capaces de sanarla. La mayor parte de los que consultó concluyeron que debía acostumbrarse a vivir con él para el resto de su vida. La otra Lola, la abuela a la que honraba con su nombre, una viuda joven de la postguerra, fue la que le ofreció el diagnóstico más certero: "niña, lo que a ti te pasa es que lo barres todo padentro".
Comentarios