La tele sonaba en el salón, lejana, tal y como le gustaba escucharla. Por el pasillo avanzaban las noticias del mundo: a alguien, en Bagdag, le habían intentado matar con una bomba, dejando tras de sí un reguero de sangre. Nada distinto a lo del resto de los días.
Sin embargo, era un día distinto. Él le había dicho "me voy". Se lo dijo ya en la puerta, con la maleta en la mano, sin tiempo ni espacio para impedírselo. Cumplía 50 años y el mejor regalo que se le había ocurrido a Enrique era plantarla.
"¿Cual era el colmo de un jardinero? Tener una hija que se llame Hortensia y que el novio la deje plantada". Fue lo primero que pensó. Y mientras en el salón alguien ponía en duda las nuevas medidas del gobierno contra la crisis, ella dejó escapar una sonrisa.
Sin embargo, era un día distinto. Él le había dicho "me voy". Se lo dijo ya en la puerta, con la maleta en la mano, sin tiempo ni espacio para impedírselo. Cumplía 50 años y el mejor regalo que se le había ocurrido a Enrique era plantarla.
"¿Cual era el colmo de un jardinero? Tener una hija que se llame Hortensia y que el novio la deje plantada". Fue lo primero que pensó. Y mientras en el salón alguien ponía en duda las nuevas medidas del gobierno contra la crisis, ella dejó escapar una sonrisa.
Comentarios