¿Sabes esos días que te levantas con aire de tormenta? ¿Esos días en los que los sonidos usualmente dulces y hasta deseados suenan como desagradables truenos dentro de tu mente? ¿Esos días en los que las estridentes voces de los niños provocan una punzada de intenso dolor en la sien? Pues hoy tengo uno de esos días. Así que sabrás disculparme. No he sido yo el ha ha soltado la mano, ha sido culpa del nubarrón.
Toda su vida había sido una espiral de sucesos que se alejaban para luego acercarse al tema central de su Universo: la Atlántida. Desde que escuchó el primer cuento sobre ella, narrado por su abuelo, supo que irremediablemente estaba atrapado por su búsqueda. Lo leyó todo, desde la descripción idealizada de Platón, hasta las versiones más disparatadas de los grupos herméticos. Había visitado todas las posibles Atlántidas de la Tierra y había coleccionado cuanto documental, libro o folleto turístico que se había cruzado en su camino. Lo sabía todo sobre esa nación, lo posible y lo imposible y, aún así, la seguía buscando porque soñaba con ella todas las noches. Contaba con sesenta años cuando, de la mano de su nieto, descubrió las posibilidades de Internet. Y, entre todos los recursos que descubrió, hubo uno que le hechizó de forma especial, el Google Earth. Desde que lo descargó a su ordenador se pasaba las horas analizando cada centímetro cuadrado del mapa virtual del mundo, intentand
Comentarios