Lo había leído hacía muchos años en una novela; "Caballo de Troya", se llamaba. Desde ese momento, la posibilidad de los viajes en el tiempo marcó su vida. De un lado, se dedicó con ahínco a los estudios de física. Y por el otro, devoraba cuanto libro de historia se le ponía por delante.
Poco a poco fue quemando etapas en la carrera académica, hasta que logró entrar en la Agencia Espacial Europea gracias, precisamente, a sus trabajos sobre la discontinuidad del tiempo.
– ¿Eres tú ese al que llaman el Nazareno?
– Sí, lo soy.
– ¿Y eres el verdadero Mesías?
– Si, aunque mis armas son las palabras y mi trono el amor.
– ¿Y así piensas vencer a los romanos?
– Por supuesto. Yo sólo soy un hombre, pero las palabras pueden pasar de un hombre a otro, y pueden sobrevivir al paso del tiempo.
– ¿Un hombre dices? ¿No eres acaso tú hijo de Dios?
– Tanto como el resto de los que van conmigo.
Su decepción se hizo evidente. En el fondo esperaba algo menos prosaico, algo más espectacular. Se despidió de él en un destartalado hebreo.
– Adiós, viajero de los años –dijo. Y continuó caminando mientras yo intentaba salir de mi asombro.
Poco a poco fue quemando etapas en la carrera académica, hasta que logró entrar en la Agencia Espacial Europea gracias, precisamente, a sus trabajos sobre la discontinuidad del tiempo.
– ¿Eres tú ese al que llaman el Nazareno?
– Sí, lo soy.
– ¿Y eres el verdadero Mesías?
– Si, aunque mis armas son las palabras y mi trono el amor.
– ¿Y así piensas vencer a los romanos?
– Por supuesto. Yo sólo soy un hombre, pero las palabras pueden pasar de un hombre a otro, y pueden sobrevivir al paso del tiempo.
– ¿Un hombre dices? ¿No eres acaso tú hijo de Dios?
– Tanto como el resto de los que van conmigo.
Su decepción se hizo evidente. En el fondo esperaba algo menos prosaico, algo más espectacular. Se despidió de él en un destartalado hebreo.
– Adiós, viajero de los años –dijo. Y continuó caminando mientras yo intentaba salir de mi asombro.
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