Todo en él parecía normal. Sus ojos, profundos, inteligentes, vivos y brillantes seguían a las enfermeras por el quirófano, mientras sus manos se movían de memoria en las entrañas del paciente.
Todo parecía normal: un caso más, seguramente un milagro más de Feliú, el Dios de la cirujía. De fondo sonaba casi como un susurro el Carmina Burana, con el respirador funcionando al compás de la música.
Parecía una operación normal, una de tantas de las que se realizaban al día en el enorme hospital universitario. Todo dentro de lo previsto, clavando incluso los minutos de intervención.
Sin embargo, a la puerta del quirófano, dos hombres de gabardina gris esperaban para llevarse esposado al Doctor Feliú, el Dios de la cirujía, que durante años había estado practicando en casa con prostitutas y mendigos a los que luego dejaba flotando, huecos, en las aguas del río que atravesaba la ciudad.
Todo parecía normal: un caso más, seguramente un milagro más de Feliú, el Dios de la cirujía. De fondo sonaba casi como un susurro el Carmina Burana, con el respirador funcionando al compás de la música.
Parecía una operación normal, una de tantas de las que se realizaban al día en el enorme hospital universitario. Todo dentro de lo previsto, clavando incluso los minutos de intervención.
Sin embargo, a la puerta del quirófano, dos hombres de gabardina gris esperaban para llevarse esposado al Doctor Feliú, el Dios de la cirujía, que durante años había estado practicando en casa con prostitutas y mendigos a los que luego dejaba flotando, huecos, en las aguas del río que atravesaba la ciudad.
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