A veces Ana hacía de Laura. Otras, Laura hacía de Ana. Su perfecta similitud daba pié a su juego favorito, en el que engañaban a sus padres, a sus profesores, a sus amistades. Cuando Ana comenzó a salir con Alberto, tal y como habían hecho antes otras muchas veces, se dieron el cambiazo. A esas alturas su compenetración era perfecta, de forma que resultaba prácticamente imposible saber quien era cada una. Pero sucedió algo que no estaba previsto: ambas hermanas se enamoraron del joven e, incapaces de renunciar ninguna de ellas, acordaron continuar con el engaño hasta que fuera posible.
Con el paso de los meses el asunto se fue complicando, de forma que ambas sufrían celos de la otra, esmerándose por permanecer cuanto más tiempo mejor con él. Una noche, el enfrentamiento entre ellas llegó a las manos y, así, acabó su madre conociendo el problema. Alberto le había pedido a Laura que vivieran juntos y ella había aceptado. En esas condiciones ya no era posible demorar por más tiempo el desenlace.
En el desayuno del día siguiente, entre el café rápido y la tostada integral de aceite, la madre les dio la solución: "si ninguna de las dos quiere renunciar, compartirlo."
Con el paso de los meses el asunto se fue complicando, de forma que ambas sufrían celos de la otra, esmerándose por permanecer cuanto más tiempo mejor con él. Una noche, el enfrentamiento entre ellas llegó a las manos y, así, acabó su madre conociendo el problema. Alberto le había pedido a Laura que vivieran juntos y ella había aceptado. En esas condiciones ya no era posible demorar por más tiempo el desenlace.
En el desayuno del día siguiente, entre el café rápido y la tostada integral de aceite, la madre les dio la solución: "si ninguna de las dos quiere renunciar, compartirlo."
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