"Hazlo. Hazlo", susurra a gritos la voz que suena en mi cabeza. Veo sus ojos llorosos pidiendo clemencia. Pero no puedo soltar mi presa alrededor de su cuello. Me pide perdón, me dice que lo siente. Que no lo volverá a hacer en su vida. "De eso estoy seguro", le digo. Tal y como me han sugerido las voces. Y ella llora aún más intensamente. – Luis, déjala. Por Dios. No te busques la ruina. – Me dice Alberto. Mi amigo Alberto. Le disparo en una pierna y se calla. Y el disparo provoca que ella se orine encima. La humillación completa. Ahora ya sabe como me sentí. "Dispárale, dispárale", susurran a voces mis demonios privados.