No era un sueño, no podía serlo. Los bocados dolían demasiado. Atado de pies y manos, cubierto de sudor y asfixiado por su propio olor corporal, intentaba no pensar en las ratas que se alimentaban sobre su espalda. En el fondo deseaba que alguno de esos repugnantes seres le inoculara un virus que le permitiera huir. Cualquier cosa era mejor que seguir atrapado en esa cárcel.
Hacía un año o así, no estaba seguro, vio a unos europeos con camisetas de Amnistía Internacional pasar por el patio. Quiso gritarles, quiso hacerse ver. Pero no pudo. Luego pasó muchos meses pensando en que aquellos hombres lo sacarían de allí. Pero no ocurrió nada. Sólo las ratas.
Hacía un año o así, no estaba seguro, vio a unos europeos con camisetas de Amnistía Internacional pasar por el patio. Quiso gritarles, quiso hacerse ver. Pero no pudo. Luego pasó muchos meses pensando en que aquellos hombres lo sacarían de allí. Pero no ocurrió nada. Sólo las ratas.
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