El rayo cayó justo a su lado. La honda expansiva de la explosión le desequilibró, tirándole al suelo. Se incorporó rápidamente y elevó los brazos al cielo. Con el rostro plagado de lágrimas gritaba al cielo, mientras las gotas de lluvia limpiaba la sangre de sus manos, la sangre de sus hijos.
– ¿Por qué? ¿Soy tu hijo o soy un juguete de tu capricho? Dime padre qué soy para ti.
La tormenta comenzó a alejarse y Heracles quedó arrodillado, incapaz de moverse, paralizado por la culpa de haber matado a sus hijos, maldiciendo a su padre y su destino.
– ¿Por qué? ¿Soy tu hijo o soy un juguete de tu capricho? Dime padre qué soy para ti.
La tormenta comenzó a alejarse y Heracles quedó arrodillado, incapaz de moverse, paralizado por la culpa de haber matado a sus hijos, maldiciendo a su padre y su destino.
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