La mañana amaneció fría, aunque despejada. Por la ancha avenida que se abría paso hasta el mar apenas se notaba una ligera brisa. Parecía imposible que la previsión metereológica de alerta amarilla por fuertes vientos se hiciera realidad.
Después de unos días de descanso se acercaba de nuevo a la oficina, el lugar del que iba y venía tantas veces al cabo de los doce meses. Pero aquella mañana, acaso por el frío intenso que sentía en las orejas, se dijo a si mismo que ese sería el último dos de enero en el que atravesaría aquella puerta. Haría todo lo posible por lograr cambiar de empleo en aquel nuevo año que comenzaba.
Pero aquella misma mañana, cuando sonó el timbre avisando de la finalización de la jornada, y volvió a salir a la calle, lluviosa y azotada por un fuerte viento, se dijo a sí mismo, que si no encontraba ese nuevo empleo, pediría el próximo día 2 de enero de vacaciones.
Después de unos días de descanso se acercaba de nuevo a la oficina, el lugar del que iba y venía tantas veces al cabo de los doce meses. Pero aquella mañana, acaso por el frío intenso que sentía en las orejas, se dijo a si mismo que ese sería el último dos de enero en el que atravesaría aquella puerta. Haría todo lo posible por lograr cambiar de empleo en aquel nuevo año que comenzaba.
Pero aquella misma mañana, cuando sonó el timbre avisando de la finalización de la jornada, y volvió a salir a la calle, lluviosa y azotada por un fuerte viento, se dijo a sí mismo, que si no encontraba ese nuevo empleo, pediría el próximo día 2 de enero de vacaciones.
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¡FELIZ AÑO!