Sonreía el número de segundos que establecía el manual de procedimientos. Mecánicamente preguntaba la comanda que luego tecleaba ágilmente en la registradora. Con una nueva sonrisa cronometrada pedía el pago del servicio y te daba la vuelta en unas monedas que, provenientes de sus blancas manos, parecían más vivas que ella.
Un cliente tras otro, la cola avanzaba, acercándome más y más a la chica de la sonrisa muerta. Cuando por fin fue mi turno e inició la salmodia de salutación reglamentada por la empresa, la corté:
– Mi reino por una sonrisa tuya de las de verdad.
Me miró sorprendida, incrédula. Supongo que le pasó por la cabeza que yo era alguna especie de loco peligroso. Pero, finalmente, sus labios se abrieron levemente y la línea que formaban se curvó señalando hacia unos ojos que sonreían también.
Repitió el saludo y me preguntó por mi pedido. No podía desaprovechar la ocasión: "estoy servido", le dije. Y abandoné la cola imaginando su cara de sorpresa.
Un cliente tras otro, la cola avanzaba, acercándome más y más a la chica de la sonrisa muerta. Cuando por fin fue mi turno e inició la salmodia de salutación reglamentada por la empresa, la corté:
– Mi reino por una sonrisa tuya de las de verdad.
Me miró sorprendida, incrédula. Supongo que le pasó por la cabeza que yo era alguna especie de loco peligroso. Pero, finalmente, sus labios se abrieron levemente y la línea que formaban se curvó señalando hacia unos ojos que sonreían también.
Repitió el saludo y me preguntó por mi pedido. No podía desaprovechar la ocasión: "estoy servido", le dije. Y abandoné la cola imaginando su cara de sorpresa.
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