Espero sentado en la plaza artificiosa del centro comercial que ella salga de la peluquería. Siento a la gente moverse a través de la cargada atmósfera, demasiado cálida, demasiado densa para ser real. Lo hacen pesadamente, pero no se dan cuenta de ello.
El calor expelido por las salidas de aire acondicionado se mezcla con el calor residual de las máquinas y de los seres, y todo ello compone una neblina invisible que sólo es detectable por unos pocos como yo.
De pronto ella regresa a mi lado y vuelve a guiarme por los poblados pasillos hasta el silencio parcial de nuestro coche, en el que vuelvo a sentirme realmente ciego, embotados los sentidos por el olor a pino falso.
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