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El primero de los muertos

Le conocí en el colegio. Llamaba la atención por la estatura y el tono amarillento de su pelo. Era un buen deportista y un bromista especialmente dotado. Sin embargo, lo más llamativo de su persona era la respuesta que siempre daba cuando le preguntaban por su futura profesión: ser el primero en morir en alguna batalla.
A nadie le extrañó que quisiera ir a la Academia Militar de Zaragoza y que gastara dos años de su vida en una escuela preparatoria. Al principio aún coincidíamos en época de vacaciones y nos veíamos al menos dos o tres veces al año. Entonces yo me solía reír de sus antiguas aspiraciones y le decía que las guerras ya sólo se producían lejos y que no tendría oportunidad de ponerse a prueba, ya que el ejército español era tan pobre que no tenía para pagar los pasajes.
Entonces vinieron las Guerras de los Balcanes, las intervenciones en Afganistán, Irak y Líbano. En todas ellas estuvo presente y en todas ellas tuvo oportunidad de poner a prueba sus aspiraciones. El tiempo no le había hecho perder entusiasmo y su insensatez era interpretada por todos como un valor excepcional, aunque para él se trataba de una mala pasada del destino.
Por eso el día que le impusieron la medalla al mérito militar, las palabras que se le oyeron sorprendieron a casi todos:
– Sólo lamento que esta medalla no haya sido a título póstumo.

Comentarios

Anónimo ha dicho que…
La verdad... todo un retrato muy significativo.
Enhorabuena.

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