Ir al contenido principal

El pobre Tobías

Tobías siempre se había tenido por un ser desgraciado. Más concretamente, por el hombre más desgraciado del mundo. Sin embargo, lo que nunca podía haber sospechado es que su mala suerte llegara tan lejos y de forma tan repentina.
Había calculado que ella le diría que no, que no se casaría con él. Casi que lo daba por hecho. Pero Alicia, contra pronóstico, respondió que si. Por primera vez en su vida no podía creer en su suerte. Así que tuvo que preguntarle el porqué. Y, entonces, ella se lo dijo: "tengo cáncer, me quedan apenas tres meses, y no quiero pasar un día más sola en este mundo".
El pobre Tobías la quiso lo mejor que supo hasta el final y, mientras su mano perdía el último hálito de fuerza, pensó que en el fondo no era tan desgraciado como había pensado.

Comentarios

Irilien ha dicho que…
jEs una pena k más amenudo de lo deseable nos concentremos en lo negativo de nuestra vida k en lo positivo, "hay tanto de lo malo en lo bueno como de lo bueno en lo malo...que si se encontrasen cara a cara, no tendrían nada k decirse...". Todo depende de el cristal con que se mire, la belleza del paisaje depende mucho de los ojos k lo miran..
Pero sin duda lo k más ha captado mi atención ha sido la etiketa "amores raritos" XD.Un saludo.
David Uclés ha dicho que…
:-)
Se nota que me obsesionan los motores de búsqueda, ¿verdad?
Irilien ha dicho que…
XD bueno hay kién busca y no encuentra, un saludo.

Entradas populares de este blog

Soñar con la Atlantida

Toda su vida había sido una espiral de sucesos que se alejaban para luego acercarse al tema central de su Universo: la Atlántida. Desde que escuchó el primer cuento sobre ella, narrado por su abuelo, supo que irremediablemente estaba atrapado por su búsqueda. Lo leyó todo, desde la descripción idealizada de Platón, hasta las versiones más disparatadas de los grupos herméticos. Había visitado todas las posibles Atlántidas de la Tierra y había coleccionado cuanto documental, libro o folleto turístico que se había cruzado en su camino. Lo sabía todo sobre esa nación, lo posible y lo imposible y, aún así, la seguía buscando porque soñaba con ella todas las noches. Contaba con sesenta años cuando, de la mano de su nieto, descubrió las posibilidades de Internet. Y, entre todos los recursos que descubrió, hubo uno que le hechizó de forma especial, el Google Earth. Desde que lo descargó a su ordenador se pasaba las horas analizando cada centímetro cuadrado del mapa virtual del mundo, intentand

El premio

Las rutinas son el calmante que usamos en nuestra vida diaria para ocultar el aburrimiento, para obviar que la mayor parte de nuestras vidas es perfectamente insulsa. Ana María mantiene infinidad de rutinas; de hecho, la mayor parte de su día está dictado por ellas. Siete de la mañana, despertador; siete y cinco, comienza a sonar la radio; a las y cuarto ya está saliendo de la ducha; desayuno rápido con café y pieza de fruta; 20 minutos andando al trabajo escuchando el podcast diario de la BBC para que el inglés no se oxide; saludar al agente de seguridad de la puerta, entrar en la oficina, encender el aire acondicionado, arrancar el PC que cada día va más lento, comenzar a procesar documentos: pedidos, facturas, transferencias. Desayuno con tostada y segundo café a eso de las diez, en Casa Amalia, casi nunca acompañada, mirando el ABC en el móvil, máximo 20 minutos. De vuelta a la oficina y a los documentos hasta las tres.  Imagen generada con DALL•E Comprar de camino a casa la comida

Ya no hay margen

Los correos electrónicos sin responder se acumulan en la bandeja de entrada. Los minutos transcurren impasibles y él lo ve agotarse sin ser capaz de mover el ratón por la pantalla. Lee los asuntos y los remitentes y sabe que muchos de ellos necesitan una respuesta urgente. Nada distinto del resto de sus días, salvo porque hoy una angustia terrible le mantiene inmovilizado. Solo es capaz de mirar la pantalla mientras los correos siguen entrando. Y solo desea huir. Su mente escapa a un lugar de su adolescencia en el que fue plenamente feliz. Una tarde de verano en una playa de Cádiz, navegando en un velerito ligero con Inma. Entonces ella era su máxima preocupación y todo era infinitamente más sencillo. Jugar con el viento y las olas y mirar con disimulo y deseo a la muchacha. Aquella tarde se besaron por primera y última vez.  imagen generada con stable diffusion El teléfono suena y le saca bruscamente del ensueño. Es su jefa. Y vuelve a querer escapar. Pero ya no hay margen. Debe respo