Helena quería a su marido, lo amaba profundamente. Lo había elegido como padre de sus hijos y no se imaginaba el futuro sin él. Pero, al mismo tiempo, no podía evitar sentir una enorme atracción por Álvaro. Era el contrapunto que su imaginación necesitaba: siempre ardiente, siempre solícito con ella, impredecible a veces. Sexo divertido y sin complicaciones, se decía para sí.
Pero Álvaro, además, era un conquistador irredento al que le gustaba hacer ostentación de sus presas. Y, a pesar de las advertencias de Helena sobre las consecuencias, Álvaro se empeñaba en cometer pequeños errores totalmente conscientes. Una vez olvidaba la cartera en casa de Helena, otra la telefoneaba cuando sabía que estaba con el marido y en los hoteles se empeñaba en dar el nombre verdadero de ella. Helena odiaba ese peligroso juego, aunque reconocía que era un acicate más para su excitación.
Todo fue bien hasta que un día, de improviso, Álvaro le pidió que eligiera entre él y su marido. Era un ultimátum. Helena pasó noches en vela sopesando sus posibilidades y finalmente tomó una decisión.
Hoy está casada con Álvaro, pero una vez por semana se ve a escondidas con su ex en un recoleto hotel de la ciudad.
Pero Álvaro, además, era un conquistador irredento al que le gustaba hacer ostentación de sus presas. Y, a pesar de las advertencias de Helena sobre las consecuencias, Álvaro se empeñaba en cometer pequeños errores totalmente conscientes. Una vez olvidaba la cartera en casa de Helena, otra la telefoneaba cuando sabía que estaba con el marido y en los hoteles se empeñaba en dar el nombre verdadero de ella. Helena odiaba ese peligroso juego, aunque reconocía que era un acicate más para su excitación.
Todo fue bien hasta que un día, de improviso, Álvaro le pidió que eligiera entre él y su marido. Era un ultimátum. Helena pasó noches en vela sopesando sus posibilidades y finalmente tomó una decisión.
Hoy está casada con Álvaro, pero una vez por semana se ve a escondidas con su ex en un recoleto hotel de la ciudad.
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