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Mostrando entradas de noviembre, 2007

La pelota pinchada

Javi le comunicó a su padre, en un lenguaje mitad chino, mitad español, que quería jugar con la pelota pinchada. "Me estoy volviendo duro de oído", pensó el padreque no fue capaz de entenderlo. A la tercera repetición, cuando Javi ya estaba perdiendo la escasa paciencia de sus tres años, entendió lo que quería decir. Así que fue al cajón de los juguetes y sacó de él una pelota pequeña, decorada con los dibujos de Los Lunis. Sin embargo, el niño, parecía no querer jugar. "La pelota pinchada, la pelota pinchada", repetía como un salmo. Así que el padre hizo lo que hubiera hecho cualquier otro padre: pinchó la pelota. Entonces Javi rompió a llorar, desolado ante el destrozo cometido contra uno de sus juguetes favoritos. El padre no entendía nada, hasta que el niño sacó del cajón una pelota naranja, de las usadas para rehabilitación que, efectivamente, tenía apariencia de estar desinflada. Ese día el padre comprendió cuan lejos estaba de su hijo, y Javi aprendió que su

El extraño caso de la berenjena extraviada

– Es muy pequeña, y estará asustada. Señor agente, ¡tiene que encontrarla! El guardia de seguridad se rascó la cabeza, más sorprendido que extrañado y, tras unos segundos de reflexión, decidió no hacer caso a aquel individuo que, seguramente, se había saltado alguna de las dosis requeridas por su medicación. Le prometió al lloroso individuo que la buscaría por todo el establecimiento, que no se preocupara. Y siguió con su ronda por el hipermercado. Ya pensaba que todo había sido una anécdota más cuando recibió una llamada por el walky. Había un tipo en Información montando un espectáculo para que llamaran por megafonía a una berenjena desaparecida. En esta ocasión meditó que el vaso de la paciencia había sido rebosado y echó del establecimiento al tipejo que, llorando desesperado, no paraba de llamar a su berenjena. Aquella noche, después del cierre, escucharon un llanto amargo proveniente de uno de los contenedores de basura. Ordenaron al guardia que se metiera dentro y rebuscara entr

El pobre Tobías

Tobías siempre se había tenido por un ser desgraciado. Más concretamente, por el hombre más desgraciado del mundo. Sin embargo, lo que nunca podía haber sospechado es que su mala suerte llegara tan lejos y de forma tan repentina. Había calculado que ella le diría que no, que no se casaría con él. Casi que lo daba por hecho. Pero Alicia, contra pronóstico, respondió que si. Por primera vez en su vida no podía creer en su suerte. Así que tuvo que preguntarle el porqué. Y, entonces, ella se lo dijo: "tengo cáncer, me quedan apenas tres meses, y no quiero pasar un día más sola en este mundo". El pobre Tobías la quiso lo mejor que supo hasta el final y, mientras su mano perdía el último hálito de fuerza, pensó que en el fondo no era tan desgraciado como había pensado.

Para mejor ocasión

Miraba la pantalla del ordenador, fijamente, con el dedo apoyado en el botón izquierdo del ratón y el puntero sobre el icono de enviar. Una decisión sencilla: callar otra vez o gritar a toda la oficina a través de ese correo la verdad. La verdad de su triste existencia, de sus miedos, de sus odios, de sus recelos, de sus filias y de sus reproches. Una vez más, como cada último viernes de mes, después de ampliar la lista de agravios, se planteaba la misma decisión. Y cada vez, como ésta, lo dejaba para mejor ocasión.

Espacio

[...] 12:03:2072 // > Por fin llegaron las provisiones y la última pieza del panel solar. ¡Y gente! Svenson sugirió que pronto tendré compañía. > Se acaban de ir y ya hay confirmación. Viene un "tovarich". Se quedará 6 meses investigando. Algo es algo. 23:05:2072// > Llegó el "tovarich". Se llama Nicolai Livanov. Y apenas habla mi idioma. Esto va a ser una fiesta… ejem. > Vale. La Federación Soviética es grande. ¡Trae Vodka! Se acaba de convertir en mi mejor amigo. [...] 06:04:2073// > Llevamos meses sin contacto con la Tierra. Las reservas escasean. Livanov está nerviso. 23:05:2073// > He descubierto a Nicolai junto a los controles de soporte vital. No me fio de él. > ¡Qué mierda pasa con la Tierra! Se han olvidado de nosotros los muy cabrones. No sé que hacer. 02:07:2073// > No hay comida. No hay salida. Livanov no habla, no responde. Está perdido. 05:07:2073// > Se acabó. Voy a desconectar esta carcel. Lo siento, Nicolai. Te querré siem

El amante indiscreto

Helena quería a su marido, lo amaba profundamente. Lo había elegido como padre de sus hijos y no se imaginaba el futuro sin él. Pero, al mismo tiempo, no podía evitar sentir una enorme atracción por Álvaro. Era el contrapunto que su imaginación necesitaba: siempre ardiente, siempre solícito con ella, impredecible a veces. Sexo divertido y sin complicaciones, se decía para sí. Pero Álvaro, además, era un conquistador irredento al que le gustaba hacer ostentación de sus presas. Y, a pesar de las advertencias de Helena sobre las consecuencias, Álvaro se empeñaba en cometer pequeños errores totalmente conscientes. Una vez olvidaba la cartera en casa de Helena, otra la telefoneaba cuando sabía que estaba con el marido y en los hoteles se empeñaba en dar el nombre verdadero de ella. Helena odiaba ese peligroso juego, aunque reconocía que era un acicate más para su excitación. Todo fue bien hasta que un día, de improviso, Álvaro le pidió que eligiera entre él y su marido. Era un ultimátum. He

Un paso en las tinieblas

La oferta es atractiva, para qué negarlo. Pero me dan un poco de miedo las contrapartidas y, desde luego, no se si me puedo fiar del todo. La otra parte no tiene muy buena fama. Ya sé que otros muchos antes que yo se han encontrado en esta tesitura, y que algunos aceptaron el trato. Y ese es el problema, que sabiendo cómo acabaron... Me cuesta creer que no haya gato encerrado. Si, también asumo que es posible que haya habido mucha mala prensa y que la opinión pública haya ido intoxicada. Por eso me encuentro ahora considerando seriamente la propuesta. Lo que más me gusta es lo de la juventud eterna, pero lo de firmar con sangre me da repelús. Y, en el fondo, me da miedo pensar que voy a dar un paso en las tinieblas y a mi siempre me ha producido pánico la oscuridad.

Un sorbito de sombras

Para acabar mi alocución haré referencia a los seres míticos que habitaban las noches en la oscura postguerra. Ustedes habrán oído hablar del sacamantecas o del hombre del saco. Estos son conocidos por la mayoría de los niños, dado que han perdido su esencia inicial y se han convertido en un mero instrumento de aleccionamiento utilizada por los padres contra hijos desobedientes. Lo que se olvida con frecuencia es que estos personajes tienen una base real, no son fruto de la imaginación, sino de personas reales que eran especiales y extraños para el resto de los seres. Lo mismo que el roba sombras. Este personaje no ha sobrevivido en las leyendas actuales, pero durante una época aterrorizó a los habitantes de los montes asturianos. Decían que cazaba sombras y que aquellos a los que atacaba terminaban muriendo, al dejar de ser obstáculos para la luz. Ustedes dirán que no es más que un mito, pero sólo aquellos a los que les han extraído un sorbito de sombra saben que lo que digo es cierto

La falsa sirena

En Usuahia, hacía 1975, a modo de entretenimiento en las largas noches invernales, Alfredo Fernández Aguilera y sus amigos imaginaron un mundo de mitos australes en el que cobraban vida sirenas, tritones y monstruos oceánicos y en el que los hombres apenas eran más que marionetas. Algunos de los mitos fundacionales de ese mundo los escribieron en un cuaderno; no sabemos a ciencia cierta si de la mano del propio Alfredo o de alguno de sus imaginativos amigos. En cualquier caso, lo destacable es que con el tiempo una de las hojas de ese cuaderno vino a parar a mis manos, en la misma época en la que algunos marinos notificaron el avistamiento de una mujer nadando en las inmediaciones del puerto. Aquel papel y aquellas historias fructificaron en un reportaje-ficción para el períodico local. A raiz de su publicación, algunos lectores poco avispados se dedicaron durante días a la caza de la sirena. Justo hasta que una mañana de abril de 1986 el Pampero II llegó al puerto con el cuerpo de una

Punto de fuga

Mi mirada sigue la trayectoria imaginaria que separa tus pasos de mi. Quiero gritarte que no huyas, que no me dejes. Pero mi cerebro se enreda en buscar sentido a la perspectiva de lo que ven mis ojos. Así que en vez de rogarte que vuelvas, quedo absorto comtemplando el momento en el que tu cabeza oculta el punto de fuga.

Cita a las tres

Son las dos y media. En treinta minutos mi vida podría dar un giro. Me miro al espejo y mis 24 años rebosan seguridad y atractivo: no puedo fracasar. Por el camino me asaltan las dudas, ¿y si no estoy a la altura? ¿Y si no soy lo que ella espera? Apenas hemos cruzado unos cuantos correos electrónicos y en ellos no he podido lucirme; soy más convincente de palabra que por escrito. Me mira desde detrás de la mesa. Sus ojos asoman por encima de la montura de las gafas y la mueca de su boca, entre sonriente y formal me intimida. Respondo con la mejor de mis sonrisas ensayadas y ella me pide que tome asiento mientras revisa los resultados de mi psicotécnico. – Ya veo. Experiencia, no tiene, ¿verdad?

El regalo

Lo esperó durante todo el día. Había buscado disimuladamente por los rincones habituales y no había encontrado nada, por lo que pensó que él había aprendido por fin a esconder bien los regalos. Y no le dio importancia. A la hora del almuerzo ni siquiera hizo algún comentario al respecto. En esta ocasión ella pensó que él estaba jugando a mantener la intriga hasta el final. Así que tampoco le dio importancia. Tras la jornada de trabajo salieron a cenar con unos amigos, pero no hubo ni cumpleaños feliz, ni tarta, ni regalo. Por un momento pensó que se le había olvidado, pero apartó rápidamente ese pensamiento de su mente y quiso creer que el regalo lo recibiría en casa, una vez a solas los dos. Pero cuando apagó la luz y le posó un beso en la frente finalmente se dio cuenta de que, efectivamente, se le había pasado. Entre sollozos silenciosos, Alma pensó que, seguramente, pronto la sorprendería con alguna maravilla, riéndose de su impaciencia, tal vez un viaje de fin de semana a algún lu

Guantánamo

El suero entró en mis venas acompañado de una horrible sensación de calor. Notaba claramente fluir el líquido azul por mis entrañas, abriéndose paso hasta el corazón, dejándome dolorido y adormecido por igual. Poco a poco mis sentidos se fueron embotando hasta que los ruidos comenzaron a sonarme huecos y dotados de un eco pirenaico. Mis ojos luchaban por seguir abiertos, pero el líquido teñía de añil los objetos y me ponía pesas en los párpados. Cuando ya no pude mantenerlos abiertos supe que estaba en sus manos.

El primero de los muertos

Le conocí en el colegio. Llamaba la atención por la estatura y el tono amarillento de su pelo. Era un buen deportista y un bromista especialmente dotado. Sin embargo, lo más llamativo de su persona era la respuesta que siempre daba cuando le preguntaban por su futura profesión: ser el primero en morir en alguna batalla. A nadie le extrañó que quisiera ir a la Academia Militar de Zaragoza y que gastara dos años de su vida en una escuela preparatoria. Al principio aún coincidíamos en época de vacaciones y nos veíamos al menos dos o tres veces al año. Entonces yo me solía reír de sus antiguas aspiraciones y le decía que las guerras ya sólo se producían lejos y que no tendría oportunidad de ponerse a prueba, ya que el ejército español era tan pobre que no tenía para pagar los pasajes. Entonces vinieron las Guerras de los Balcanes, las intervenciones en Afganistán, Irak y Líbano. En todas ellas estuvo presente y en todas ellas tuvo oportunidad de poner a prueba sus aspiraciones. El tiempo n

El francotirador

Lleva horas apostado en la posición. Apenas se mueve, casi es imperceptible su respiración. Sabe que hoy va a matar y que es posible que le maten. Sabe que si sale vivo, más pronto que tarde volverá a estar escondido en cualquier rincón del mundo acechando a una nueva víctima. Hasta este preciso momento no ha fallado nunca y sólo en una ocasión ha estado a punto de ser derribado. No sabe cómo, pero ha sido capaz de construir un muro entre él y los demás, de forma que lo que pasa a su alrededor apenas le importa. Y mucho menos la muerte de algún enemigo de la patria. Nada que perder, así le llaman los compañeros. Y tienen razón. De la casa salen varios hombres, son guardaespaldas. Rodean a su hombre, que avanza agachado hacia un todoterreno negro. Sabe que va a ser difícil, sólo dispondrá de unas décimas de segundo, si tiene suerte. Pero el objetivo no asoma en ningún momento. Piensa en disparar a alguno de los agentes y luego buscar una oportunidad, pero es demasiado arriesgado y si no

La base de nuestra sociedad

Antes de él, sólo unos pocos tenían acceso al conocimiento, pero para lograrlo debían encerrarse en las bibliotecas de oscuros cenobios. Luego aparecieron centros especializados, pero no todo el mundo podía entrar en ellos. Afortunadamente, él vino al mundo hace dos siglos y todo cambió. La gente podía llegar a cualquier secreto del saber, por recóndito que fuera. Al principio hubo otros como él pero finalmente los demás desaparecieron o, en el mejor de los casos, simplemente fueron olvidados. Ya casi nadie vive al margen de su sombra. Uno queda con sus amigos gracias a él, los matrimonios se conocen gracias a él y legalmente nadie es persona hasta que se apunta en él. Google es la base de nuestra sociedad.

Mal de altura

Desde Sucre, la carretera subía casi 2.000 metros hasta Potosí. En el todo terreno que la Universidad Simón Bolívar había puesto a su disposición viajaban ellos y sus problemas. Habían pospuesto una amarga discusión para después del viaje, pero los silencios comenzaban a ser más dolorosos que la propia discusión. Habían adormecido sus sentimientos a base de mate de coca, pero durante el lento transcurrir de esos kilómetros de ascensión, la forzada conversación que a toda costa intentaba comenzar el chófer, terminó por enfrentarles a la realidad. No se reconocían el uno al otro. Ya no eran los mismos que quisieron vivir siempre juntos. Esos habían desaparecido por el camino de la vida. Él finalmente le dijo: "quédate con la casa, ya la tenemos pagada". Ella asintió. Cuando llegaron por fin a las puertas de la Casa de la moneda de Potosí, el vehículo paró y ambos sintieron sus piernas pesadas y los latidos más lentos. El chófer les indicó que era normal, que era un efecto del m

Espero

Espero sentado en la plaza artificiosa del centro comercial que ella salga de la peluquería. Siento a la gente moverse a través de la cargada atmósfera, demasiado cálida, demasiado densa para ser real. Lo hacen pesadamente, pero no se dan cuenta de ello. El calor expelido por las salidas de aire acondicionado se mezcla con el calor residual de las máquinas y de los seres, y todo ello compone una neblina invisible que sólo es detectable por unos pocos como yo. De pronto ella regresa a mi lado y vuelve a guiarme por los poblados pasillos hasta el silencio parcial de nuestro coche, en el que vuelvo a sentirme realmente ciego, embotados los sentidos por el olor a pino falso.

El último viaje

Eran diez, y eran nueve. Nueve los años que llevaban viajando juntos, y diez el número de amigos. Cinco parejas que se conocían de antiguo y que durante tres o cuatro días al año recorrían juntos unos cientos de kilómetros por el mundo. Con el paso del tiempo habían ido forjando una confianza que llegaba a su máximo anual durante aquellos viajes. Pero ese año era distinto, sería el último. No lo habían previsto así pero a veces el destino teje carambolas imposibles. Un cruce de miradas fugaz, una sospecha fulminante y un par de silencios culpables convirtieron aquellos felices días en una espera insufrible en la que las fotos retrataban mentiras.

El puente

Entre O Grove y La Toja, entre el lujo artificial y la pose turística, el puente siempre ha acercado dos mundos que se atraen al tiempo que se desprecian. En medio del puente, entre la seguridad de los suyos y la felicidad improbable de un amor imposible, Álvaro se jugaba su destino a cara o cruz.

El otro

Pasó sin que apenas nadie se diera cuenta, sin prisa ni ruido. No sabría decir si comenzó en el baño o en el espejo del armario del dormitorio. Pero de lo que sí estoy seguro es de que el primer indicio fueron sus ojos. Lo intuí casi antes de elevar la mirada y encontrarla con la suya: algo definitivamente andaba mal. Sus ojos, que eran mis ojos, no reflejaban mi endémica tristeza. Eran frios, terribles, desalmados. Luego fue peor. Empezó a mirarme primero con desdén, más tarde con resentimiento y, finalmente, me arrojaba un inmenso desprecio desde el otro lado de mi mismo. Llegó a ser insoportable su presencia. Acabé con todos los espejos de la casa, pero él seguía ahí, en cada escaparate, en cada superfie metálica, implacable. Hace tres años que la medicación lo mantiene alejado de mi, pero sé que tan sólo espera el menor descuido para volver a anularme, para lanzarme esas palabras que me llevaron a este precipio: "no te reconozco".