Ir al contenido principal

La señal

Desde 1963 el pequeño cuarto donde se amontonaban las máquinas del SETI en el radiotelescopio de Arecibo había sido casi su hogar. En los años de su larga carrera desentrañado las señales provenientes del espacio había visto pasar a tanta gente que no era capaz de recordar los nombres de casi ninguno.

Había visto como, poco a poco, el dinero destinado al programa de búsqueda de vida inteligente se habían reducido a una cantidad meramente testimonial y los ordenadores de su alrededor se quedaban obsoletos en una lenta agonía de parches y actualizaciones. Como él mismo.

Dos días más y una mísera jubilación acabarían de una vez con su persecución de lo imposible, con una búsqueda sin entusiasmo ya, que lo había apartado de la gloria científica y, posiblemente, de una vida real más allá del reflejo de un monitor de fósforo verde.

Así que en el momento exacto en el que esa señal cobró fuerza en su pantalla, en el instante en el que el futuro de la humanidad se concentró en un esquivo pixel y las verdades científicas se tambalearon por el lado salvaje de la navaja de Occam supo de manera inequívoca qué hacer. Apagó el ordenador y se dispuso a dormir una siesta con sabor a victoria.

Comentarios

zarachrome ha dicho que…
Con dos bien puestos :)
Anónimo ha dicho que…
Lo de el lado salvaje de la navaja de Occam es tuyo?lo de la siesta con sabor a victoria sella y lacra el relato.Me recuerdas a Rafa Nadal, deja lo mejor para el final con concrección.;)Un saludo.

Entradas populares de este blog

Soñar con la Atlantida

Toda su vida había sido una espiral de sucesos que se alejaban para luego acercarse al tema central de su Universo: la Atlántida. Desde que escuchó el primer cuento sobre ella, narrado por su abuelo, supo que irremediablemente estaba atrapado por su búsqueda. Lo leyó todo, desde la descripción idealizada de Platón, hasta las versiones más disparatadas de los grupos herméticos. Había visitado todas las posibles Atlántidas de la Tierra y había coleccionado cuanto documental, libro o folleto turístico que se había cruzado en su camino. Lo sabía todo sobre esa nación, lo posible y lo imposible y, aún así, la seguía buscando porque soñaba con ella todas las noches. Contaba con sesenta años cuando, de la mano de su nieto, descubrió las posibilidades de Internet. Y, entre todos los recursos que descubrió, hubo uno que le hechizó de forma especial, el Google Earth. Desde que lo descargó a su ordenador se pasaba las horas analizando cada centímetro cuadrado del mapa virtual del mundo, intentand

El premio

Las rutinas son el calmante que usamos en nuestra vida diaria para ocultar el aburrimiento, para obviar que la mayor parte de nuestras vidas es perfectamente insulsa. Ana María mantiene infinidad de rutinas; de hecho, la mayor parte de su día está dictado por ellas. Siete de la mañana, despertador; siete y cinco, comienza a sonar la radio; a las y cuarto ya está saliendo de la ducha; desayuno rápido con café y pieza de fruta; 20 minutos andando al trabajo escuchando el podcast diario de la BBC para que el inglés no se oxide; saludar al agente de seguridad de la puerta, entrar en la oficina, encender el aire acondicionado, arrancar el PC que cada día va más lento, comenzar a procesar documentos: pedidos, facturas, transferencias. Desayuno con tostada y segundo café a eso de las diez, en Casa Amalia, casi nunca acompañada, mirando el ABC en el móvil, máximo 20 minutos. De vuelta a la oficina y a los documentos hasta las tres.  Imagen generada con DALL•E Comprar de camino a casa la comida

Ya no hay margen

Los correos electrónicos sin responder se acumulan en la bandeja de entrada. Los minutos transcurren impasibles y él lo ve agotarse sin ser capaz de mover el ratón por la pantalla. Lee los asuntos y los remitentes y sabe que muchos de ellos necesitan una respuesta urgente. Nada distinto del resto de sus días, salvo porque hoy una angustia terrible le mantiene inmovilizado. Solo es capaz de mirar la pantalla mientras los correos siguen entrando. Y solo desea huir. Su mente escapa a un lugar de su adolescencia en el que fue plenamente feliz. Una tarde de verano en una playa de Cádiz, navegando en un velerito ligero con Inma. Entonces ella era su máxima preocupación y todo era infinitamente más sencillo. Jugar con el viento y las olas y mirar con disimulo y deseo a la muchacha. Aquella tarde se besaron por primera y última vez.  imagen generada con stable diffusion El teléfono suena y le saca bruscamente del ensueño. Es su jefa. Y vuelve a querer escapar. Pero ya no hay margen. Debe respo