Alejo miró aquel espejo que devolvía un reflejo deforme de sí mismo. Sus preciados abdominales aparecían rechonchos y convertidos en un único rosco infinito. Pero lo peor, con todo, era la cicatriz que le atravesaba la mejilla de arriba a abajo y que en el otro lado ocupaba prácticamente toda la cara.
No le gustaba aquel reflejo. Así que hizo lo que siempre había hecho. Sacó la porra metálica que siempre llevaba oculta bajo la pernera del pantalón e hizo añicos el reflejo deforme. Sin embargo, como siempre le había pasado, los cientos de pedazos de cristal esparcidos por el suelo dibujaban un enorme mural cubista en el que su cicatriz se repetía una y otra vez hasta la extenuación.
No le gustaba aquel reflejo. Así que hizo lo que siempre había hecho. Sacó la porra metálica que siempre llevaba oculta bajo la pernera del pantalón e hizo añicos el reflejo deforme. Sin embargo, como siempre le había pasado, los cientos de pedazos de cristal esparcidos por el suelo dibujaban un enorme mural cubista en el que su cicatriz se repetía una y otra vez hasta la extenuación.
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