Aún el latigazo del orgasmo le recorría la espina dorsal cuando ya estaba soñando en huir de nuevo: una isla, luz, clima apacible, paseos a la orilla del mar. Le daba igual la compañía. Él necesitaba tranquilidad.
Ella pensaba que nunca antes la habían tratado igual. Que nunca antes había sentido tan intensamente como en esas exiguas dos horas. Pero el remordimiento le sobrevino de pronto. Ella debía estar, no allí, sino en su casa con su hija y su marido. Ese era su lugar, estaba enamorada y esto era sólo sexo, frío y sucio sexo. Se levantó y a toda prisa entró en el cuarto de baño para cerrar por dentro y evitar que él la siguiera y en la bañera volviera a repetirse su debilidad.
Mientras, él esperó tumbado en la cama, con la postura ensayada, hasta que ella le dejó el dinero a los pies de la cama y escapó. Luego contó los billetes y pensó: ya queda menos...
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