Los odiaba a todos. Sin ninguna razón, o con toda ella. No veía personas sino monstruos abominables que le que le acechaban. Matar o morir: eso era todo. Y, por eso, una y otra vez, disparaba, cargaba, disparaba...
Los cargadores caían al suelo con rapidez. Se veía a sí mismo como un personaje de videojuego: absolutamente inmortal, capaz de avanzar entre una pléyade de enemigos y con la posibilidad de reiniciar en cualquier momento.
Oía una voz que le decía: "son civiles, para ta. No sigas". Pero el ruido de los disparos y el olor a pólvora le cegaban. Sólo pudo parar cuando un dolor agudo en la espalda le dejo inmóvil.
– Lo siento cabo, tuve que hacerlo. Eran inocentes.
– Nadie es inocente. – Entonces, dejó de pensar.
Los cargadores caían al suelo con rapidez. Se veía a sí mismo como un personaje de videojuego: absolutamente inmortal, capaz de avanzar entre una pléyade de enemigos y con la posibilidad de reiniciar en cualquier momento.
Oía una voz que le decía: "son civiles, para ta. No sigas". Pero el ruido de los disparos y el olor a pólvora le cegaban. Sólo pudo parar cuando un dolor agudo en la espalda le dejo inmóvil.
– Lo siento cabo, tuve que hacerlo. Eran inocentes.
– Nadie es inocente. – Entonces, dejó de pensar.
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